domingo, 27 de marzo de 2016

Niños, sí gracias

14/11/2015

Xie Zuoshi es un economista chino, profesor de la prestigiosa Universidad de Zhejiang, que en otros tiempos muy probablemente hubiera sido enviado 15 años a recolectar arroz con el fin de corregir sus desvaríos capitalistas. Hoy, en cambio, su filiación ideológica casa perfectamente con los aires que soplan en el gigante asiático, volcado en demostrar que no hay un capitalismo más eficiente que el dirigido por los comunistas. En el caso de Xie, su acendrada fe neoliberal y su confianza en las virtudes autorreguladoras del mercado le han llevado a hacer una propuesta sorprendente: habida cuenta de la falta de mujeres respecto al número de hombres en China, ha sugerido potenciar la poliandria. O dicho de otro modo, institucionalizar los tríos a través del reconocimiento de matrimonios integrados por una mujer y dos hombres. Jules et Jim con salsa agridulce...

“Hay una penuria de mujeres, cuyo valor aumenta. Pero eso no significa que no haya un medio de ajustar la oferta a la demanda”, ha argumentado el polémico economista, sugiriendo que esta solución beneficiaría a los pobres, que son forzosamente menos competitivos...

Más allá de la boutade, la salida de Xie Zuoshi pone de relieve el drama humano –y a la vez la tragedia social– que supone el desequilibrio entre la población masculina y femenina, que ha dejado a 30 millones de hombres, llamados despectivamente guanggun (ramas muertas), condenados a la soltería por la letal combinación de la política del hijo único y la tradicional preferencia china por los varones.

Instaurada en 1979, con el fin de frenar el descomunal crecimiento de la población, la política del hijo único tiene ahora los días contados. El Comité Central del Partido Comunista decidió el pasado 29 de octubre suprimirla definitivamente, lo cual deberá ser ratificado el próximo mes de marzo por la Asamblea Nacional (Parlamento). Desde luego, no es que los jerarcas rojos se hayan apiadado de la triste suerte de los guanggun. Su preocupación es muy otra: el acusado envejecimiento de la población y la previsible escasez de mano de obra a largo plazo suponen una serie amenaza para la economía china. Si hoy la proporción entre personas de 20 a 59 años y mayores de 60 es de 5 a 1, se calcula que en el 2050 –de seguir la evolución actual– pasaría a ser de 1,4 a 1, una situación que haría insostenible la financiación de los gastos sociales y las pensiones. Los jubilados chinos son hoy 212 millones, el 15,5% de la población, pero en el 2050 podrían superar el 30% si no se hace nada. Si las familias chinas pasan a tener ahora dos hijos, eso atenuará la tendencia e incluso permitirá aumentar el crecimiento económico en un 0,5%, según datos de la Comisión Nacional de Salud y Planificación Familiar. Eso sí, la población china puede crecer de 1.370 a 1.450 millones en los próximos 15 años...

Un poco más al este, el Gobierno de Japón tiene la misma preocupación y el primer ministro, Shinzo Abe, ha anunciado esta semana una serie de medidas –más guarderías, incentivos fiscales– para conseguir aumentar la tasa de fecundidad de las mujeres japonesas, sin lo cual la población del país del Sol Naciente pasará de los 127 millones de habitantes actuales a 87 millones en el 2060. Menos, y más viejos.

Este fenómeno no es ni mucho menos un rasgo oriental. Por el contrario, afecta de forma muy acusada –eso sí, con notables excepciones– a la vieja Europa. Alemania, la gran potencia continental, tiene aquí su Talón de Aquiles. El Instituto Nacional de Estadística (Destatis) ha calculado que los 81,1 millones de teutones actuales se reducirán a entre 68 y 73 millones en el 2060, pasando los mayores de 65 años del 20% al 33% de la población total. Dicen las malas lenguas que este panorama –que los propios alemanes han bautizado como Demokalypse (apocalipsis demográfica)– es el que explica la avaricia ahorradora de Wolfgang Schäuble. Al otro lado del Rhin, Francia en cambio prevé aumentar su población en el mismo periodo de 66,3 a 74 millones, convirtiéndose en el país más poblado de la Unión Europea y rompiendo el actual equilibrio franco-alemán. Claro que Francia lleva varias décadas estimulando con generosas ayudas económicas a las mujeres para que tengan hijos y puedan reincorporarse rápidamente al mercado de trabajo –de ahí esa insultante tasa de fecundidad de las francesas de 2,01 hijos por mujer–, mientras las alemanas son arrojadas fuera de la actividad laboral y empujadas a dedicarse durante dos o tres años a criar a su progenie, bajo la amenaza de ser señaladas en caso contrario como malas madres. Algo que en alemán tiene un apelativo mucho más cruel: Rabenmutter (madres cuervo).

Así que Alemania se ve obligada a echar mano de la inmigración –al menos 300.000 entradas anuales se estiman necesarias para mantener la población activa estable– y por eso se entiende un poco más que haya recibido inicialmente con los brazos abiertos a la enorme masa humana de refugiados sirios que cruzan los Balcanes en dirección a su país. En la vieja y envejecida Europa la previsible llegada de tres millones de personas entre el 2015 y el 2017 –son cálculos de la Comisión Europea–, lejos de ser una carga, puede contribuir a revitalizar la economía y aumentar el PIB entre un 0,2% y 0,3% adicional.

El sistema funciona así. El crecimiento económico, ese que –como bien recuerda el economista francés Daniel Cohen en su libro La prosperidad del vicio– ha permitido a millones de seres humanos alcanzar un nivel de bienestar impensable hace tan sólo tres siglos para la mayoría de la población mundial, necesita ser alimentado sin descanso. Para lo cual es fundamental estabilizar e incluso incrementar –debido al aumento de la esperanza de vida– la fuerza productiva. Es decir, los habitantes. Que la Tierra pueda soportarlo durante mucho más tiempo es, sin embargo, discutible.

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