@Lluis_Uria
Para conectarse a internet en cualquier parte del mundo, incluso en las
zonas más aisladas, basta una pequeña y sencilla antena parabólica de 51,3 por
Una de las claves de los éxitos militares de Ucrania frente a la
invasión rusa es justamente esta tecnología, que ha permitido garantizar en
todo momento y circunstancia las comunicaciones entre el estado mayor y las
diferentes unidades del ejército ucraniano. La decisión personal de Musk de
facilitar al Gobierno de Kyiv 25.300 terminales de Starlink –más sofisticados
que los destinados al gran público– y de prestar el servicio de conexión por
satélite ha acabado determinando el desarrollo de la guerra.
Que una ayuda de este calibre dependa de una empresa privada y, en
última instancia, de la decisión de una sola persona, que no responde ante
nadie más que ante sí mismo, abre ya de por sí importantes interrogantes sobre
su legitimidad. Pero además la hace enormemente frágil. Dos episodios recientes
ilustran hasta qué punto la intervención de Musk en Ucrania puede ser volátil.
El primero de ellos data del mes pasado, aunque se ha conocido ahora
gracias a una información de la CNN: la empresa SpaceX envió en septiembre una
carta al Pentágono en la que instaba al Departamento de Defensa de Estados
Unidos a asumir el coste del servicio de Starlink en Ucrania (120 millones de
dólares hasta final de año y 400 millones más para todo el 2023, lo que
incluiría la entrega de 8.000 terminales más solicitados por el ejército
ucraniano). SpaceX alegaba que la empresa no podía seguir asumiendo este
esfuerzo económico (que, por otra parte, tampoco ha hecho en solitario, pues
los gobiernos norteamericano y polaco también han sufragado parte de los
gastos)
Tras destaparse el asunto, Musk retiró la petición, aunque el problema
puede volver a suscitarse en cualquier momento. En previsión de ello,
Washington y Bruselas estudian asumir el coste del servicio de Satrlink, antes
de poner en peligro las conexiones del ejército ucraniano.
Paralelamente, el patrón de SpaceX
se lanzó a proponer a través de Twitter un plan de paz para Ucrania que
–para horror de Kyiv– planteaba reconocer la soberanía rusa sobre la península
de Crimea, anexionada por Moscú en el 2014, y la celebración de referéndums
supervisados por la ONU en las zonas ocupadas por los rusos en el este y en el
sur del país para determinar si sus habitantes quieren unirse a Rusia o seguir
en Ucrania.
Según el politólogo Ian Bremmer, del Grupo Eurasia, Musk le explicó
haber hablado personalmente poco antes con el presidente ruso, Vladímir Putin,
quien le habría explicado cuáles eran sus líneas rojas. Musk negó haber mantenido
esta conversación, pero sí justificó su iniciativa por el miedo a una escalada que conduzca a un
conflicto nuclear. La intervención del magnate no sólo irritó al Gobierno
ucraniano, sino que levantó una polémica política en EE.UU. y en Europa.
Cada vez más interesado en los problemas geopolíticos globales –¿cómo
no podría estarlo un individuo que pretende salvar a la humanidad colonizando
Marte?–, Musk se atrevió también a proponer
una solución para el conflicto de Taiwán, sobre la que China reivindica
su soberanía pero que en la práctica funciona como un territorio independiente.
En una entrevista con el Financial Times,
el multimillonario planteó buscar un acuerdo sobre la base de que Pekín
mantuviera un cierto control sobre la isla. Lo cual fue ásperamente rechazado
por las autoridades de Taipei.
El activismo personalista de Elon Musk podría resultar curioso, si no fuera inquietante. Porque a
sus 51 años el empresario norteamericano no es un outsider cualquiera: no sólo es el hombre más rico del mundo (con
una fortuna estimada en 219.000 millones de dólares), sino que las grandes
empresas tecnológicas que controla y las que está a punto de controlar le
otorgan un inmenso poder.
La galaxia empresarial de Musk comprende hoy Tesla Motors (coches y baterías
eléctricas, así como un prototipo de robot humanoide, el Optimus), SolarCity
(energía solar), The Boring Company (infraestructuras de transporte), OpeanAI
(inteligencia artificial), Neuralink (desarrollo de interfaces
cerebro-ordenador) y SpaceX, que además de gestionar la red de satélites
Starlink ha desarrollado fundamentalmente los cohetes y naves espaciales que
ahora utiliza la NASA para enviar a astronautas a la Estación Espacial
Internacional y para la futura misión tripulada a la Luna prevista para el
2025.
A todo este complejo industrial, Musk pretende añadir próximamente la
red social Twitter (por 44.000 millones de dólares), de la que él mismo es un
activísimo usuario y donde tiene 109 millones de seguidores. El magnate ya ha
advertido que su intención es garantizar una “absoluta libertad de expresión”
en la red, lo que probablemente incluirá al hoy vetado Donald Trump...
Inteligente, brillante, con una capacidad de trabajo extraordinaria, hay
quienes ven en Elon Musk a un genio. Pero es también un hombre endiosado y
excéntrico que apenas disimula su mesianismo. Un megalómano para quien la
intervención en los asuntos del mundo parece ser irresistible. Y peligrosa.