Esta tarde París rendirá homenaje en una ceremonia en la
Puerta de Orléans a la histórica II División Blindada del ejército francés por
su determinante participación en la liberación de la capital de la ocupación
alemana el 25 de agosto de 1944. Es un día grande, el 75.º aniversario. Pero
Rafael Gómez Nieto no estará presente. “Ya quisiera ir, pero con 98 años me
siento viejo y camino con dificultad”, se justifica al otro lado del teléfono.
En lugar de eso, hoy, como cada domingo, Rafael irá a comer a casa de su hija
Nicole y su familia, no muy lejos de su domicilio en las afueras de
Estrasburgo, donde vive solo desde que murió su mujer, Florence. Como un
domingo cualquiera.
Rafael Gómez Nieto no estará hoy en París. Pero sí estuvo
hace 75 años. Formaba parte de la vanguardia de la II División Blindada
–llamada División Leclerc, por el nombre de guerra del general a su mando,
Philippe de Hauteclocque–, que el día 25, apoyada por la 4ª. División de Infantería
de Estados Unidos, entró en París y forzó la rendición alemana. Gómez Nieto y
sus compañeros de armas fueron los primeros en entrar. Su unidad, la novena
compañía del Tercer Batallón del Regimiento de Marcha del Chad, había penetrado en la ciudad como avanzadilla
la noche del 24, desatando el entusiasmo de la población. La campana mayor de
Notre Dame repicó para anunciar la buena nueva.
La División Leclerc era una amalgama de nacionalidades, con
uniformes, vehículos y equipamiento americanos, bajo bandera y mando francés.
Los 150 soldados que integraban la novena compañía, La Nueve, al mando del
capitán Raymond Dronne, eran prácticamente todos republicanos españoles, entre
ellos muchos anarquistas. Rafael Gómez Nieto es el último superviviente. “No tenían
espíritu militar, algunos eran incluso antimilitaristas. Pero eran magníficos
soldados, guerreros valientes y experimentados”, explicaría Dronne, quien tuvo
que desplegar sus dotes de mando para dirigir una tropa particularmente
indisciplinada: “Necesitaban comprender las razones de lo que se les pedía,
había que tomarse el trabajo de explicarles el porqué de las cosas”. Su
testimonio lo reproduce la periodista Evelyn Mesquida en La Nueve. Los
españoles que liberaron París, un libro imprescindible que rinde justicia al
papel de los españoles en este episodio de la II Guerra Mundial.
La historia de Rafael Gómez Nieto es similar a la de muchos
otros miles de españoles que atravesaron los Pirineos huyendo del avance de las
tropas franquistas al final de la guerra civil. Nacido en Almería en 1921 y
residente en Badalona –su padre, carabinero, estaba destinado en el puerto de
Barcelona–, el joven Rafael fue movilizado en la llamada quinta del biberón,
aunque no llegó a ser enviado al frente. En 1939 cruzó la frontera y acabó en
el campo de concentración francés de Saint-Cyprien, antes de poder salir de
aquel infierno y reunirse con toda su familia en Orán, en la Argelia francesa.
Otros se apuntaron directamente a la Legión extranjera con tal de abandonar aquellos
campos infames.
Declarada la guerra en Europa, tras el desembarco de los
aliados en África en 1942 Rafael decidió alistarse. Primero combatió en Túnez, antes de integrar la nueva División
Leclerc –unidad constituida a partir de las fuerzas del ejército colonial
francés que habían escapado al control del régimen colaboracionista de Vichy– y
ser enviado a Europa. Allí participaría en la batalla de Normandía y la
liberación de París (para proseguir después
hacia Alsacia y Alemania, donde alcanzó el llamado Nido del Águila, el
refugio de Hitler en Berchtesgaden, en los Alpes de Baviera)
La liberación de París no formaba parte de las prioridades
militares de Estados Unidos, que tras la victoria en Normandía apostaba por
sortear la capital francesa y dirigirse hacia el corazón de Alemania. Pero para
el general De Gaulle era un asunto capital. El líder de la Francia Libre se
salió con la suya: tras haber arrancado al general Eisenhower el compromiso de que los franceses
serían los primeros en entrar en París, forzó el avance sobre la ciudad, donde
la Resistencia, dirigida por el comunista Henri Rol-Tanguy, había desencadenado
el día 22 una insurrección armada. Más allá de las cuestiones simbólicas, De
Gaulle quería evitar que los comunistas se adueñaran de la capital y tomaran el
poder.
La Nueve tenía ya al alcance de su vista la torre Eiffel
cuando, a las 19.30h del jueves 24 de agosto recibió la orden –como relata
Antony Beevor en El Día D y la batalla de Normandía– de poner rumbo hacia la
ciudad. Los vehículos semioruga que abrían la marcha enarbolaban nombres
vinculados a la guerra civil española: Guadalajara, Madrid, Brunete... Rafael
Gómez Nieto iba en el Guernica. Dos horas después llegaban al Ayuntamiento de
París, desatando el enardecimiento popular. Recibidos como héroes, ese sábado
desfilaron con todos los honores por los Campos Elíseos.
Ahí se acabó todo. Después, el silencio. Los franceses no
estaban dispuestos a que unos extranjeros les arrebataran la gloria de haber
liberado su capital y ocultaron su protagonismo. “París, París ultrajada, París
rota, París martirizada... ¡pero París liberada! Liberada por sí misma,
liberada por su pueblo con el concurso de los ejércitos de Francia”, proclamó
el general De Gaulle en un célebre –y falsario– discurso patriótico. Una
impostura que impregnó a partir de ahí el relato oficial. Porque la Resistencia
por sí sola –escasa de armas y municiones– no hubiera podido imponerse a las
fuerzas alemanas. Y porque la División Leclerc –donde además de españoles había
italianos, judíos alemanes, polacos, checos, rusos blancos...– jamás hubiera
llegado a la capital si no hubiera sido encuadrada en el ejército
norteamericano, el verdadero liberador de Francia.
Los españoles de La Nueve, los que quedaban, tuvieron que
esperar al año 2005 para que el Ayuntamiento de París les rindiera el primer
homenaje y aún porque se empeñó en ello la hoy alcaldesa, la gaditana Anne
Hidalgo. “No nos hemos sentido muy reconocidos, ha costado mucho tiempo. Para
ellos, sólo existía el ejército francés”, constata Rafael Gómez Nieto, quien
después se instalaría definitivamente en Alsacia y formaría una familia. Hoy es
más francés que español, y sus hijos y nietos ya no hablan castellano. De algún
modo, De Gaulle ha acabado ganando.