Domingo, 21 de abril del 2002. Ocho de la tarde. La estrella
de los informativos del canal TF1, Patrick Poivre-d’Arvor, anuncia a una
Francia enmudecida que de acuerdo con los sondeos a pie de urna –confirmados
después por los resultados oficiales–, los dos candidatos al Elíseo que pasan a
la segunda vuelta son Jacques Chirac y Jean-Marie Le Pen. La aparición en
pantalla de la imagen de este último, líder del
Frente Nacional, un partido de extrema derecha fundado en 1972 a partir de un
grupúsculo neofascista, provoca un vahído nacional. Francia siente esa noche, y
las noches que van a seguir, un profundo vértigo que la retrotrae a los sombríos
años treinta y cuarenta.
Por primera vez desde la instauración de la V República, el
Partido Socialista queda eliminado en la primera vuelta. Su candidato, el
entonces primer ministro Lionel Jospin, aún lo ignora cuando llega a su cuartel
general electoral. La dirección del PS lo sabe desde la seis de la tarde, pero
su líder ha dado instrucciones de que nadie le avance ninguna información hasta
la hora de cierre de los colegios electorales. El shock es brutal. Sonado,
Jospin decide esa misma noche abandonar
la vida política.
Conmocionados, desconcertados, la reacción de los franceses
es abrumadora, inapelable: más de 25,5 millones de personas (el 82% de los
votantes) acuden dos semanas después a las urnas a apoyar al conservador
Jacques Chirac para frenar a la ultraderecha. Quince años después, cualquier parecido
con la realidad de entonces es pura coincidencia.
La convulsión del 21 de abril del 2002 debería haberse
reproducido –si acaso aumentada– el pasado día 23. No sólo la candidata del FN,
Marine Le Pen –la hija del fundador–,volvió a pasar a la segunda vuelta de las
presidenciales, sino que lo hizo con un récord histórico de votos (más de siete
millones y medio) y desplazando esta vez no a uno sino a los dos grandes
partidos de gobierno, el PS y Los Republicanos (última y reciente apelación del
gran partido de la derecha francesa). Y, sin embargo, esta vez no parecen haber
temblado ni las hojas de los árboles. Hasta tal punto el triunfo de la candidata del Frente Nacional se daba
por descontado. Hasta tal punto Marine Le Pen, empeñada desde hace seis años en
“desdiabolizar” al FN y convertirlo en un partido “normal”, se ha instalado con
naturalidad en el panorama político. Su receta, mezcla de nacionalismo,
xenofobia anti islámica y proteccionismo antieuropeo es perfectamente
homologable. ¿Acaso lo que dice es tan diferente de lo que proclaman Donald
Trump o Theresa May?
Los dirigentes históricos de la derecha francesa, de
François Fillon a Nicolas Sarkozy pasando por Alain Juppé, han llamado a votar
por el candidato de centroizquierda Emmanuel Macron, el social-liberal y
díscolo exministro de Economía de François Hollande. Pero en los segundos
niveles hay quienes se resisten a este juego y abonan la abstención. Ahí están
los Waquiez, los Guaino y otros... Lo mismo que el líder de la coalición
Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon (del Frente de Izquierda), una de las
revelaciones de esta elección, que hace 15 años clamaba por votar contra el Frente Nacional y
ahora calla, y rechaza dar consigna de voto alguna a sus electores.
Quince años después del primer shock, no hay manifestaciones
masivas en las calles y, si las hay, son para rechazar al unísono a Le Pen y a
Macron, equiparándolos como exponentes de dos males –la ultraderecha xenófoba y
el liberalismo pro globalización– a evitar por igual. “No quiero elegir entre
la peste y el cólera”, se insurgen en un lado. “Macron es lo mismo que
Hollande”, protestan en el otro. El electorado católico más conservador, que se
entusiasmó con Fillon, acaricia la idea de saltarse sus consignas y votar a Le
Pen.
Los sondeos, que clavaron los resultados de la primera
vuelta, dicen desde hace tiempo –y siguen diciendo estos días– que Macron es el
favorito indiscutible de la segunda vuelta, el 7 de mayo, y que puede batir a
Le Pen por una cómoda ventaja de en torno a 60%-40%. Pero aún sin equivocarse
las encuestas hoy, el vuelco no es imposible. En el referéndum del 2005 sobre
el malogrado proyecto de Constitución Europea los sondeos también vaticinaban la victoria del sí, y la opinión giró en favor del no en tan
sólo dos semanas. Quince días...
En cada campo ideológico, a un lado y al otro, entre los
votantes de Fillon y los de Mélenchon –e
incluso entre los del socialista Benoît Hamon– hay gente tentada de votar ahora
a Le Pen. Y sobre todo, tentada de
quedarse en casa. Este es el principal
problema, el mayor riesgo. Cuanto más alta sea la abstención, más posibilidades
tendrá Marine Le Pen de llegar al Elíseo.
El físico francés Serge Galan, director de investigación del
CNRS especializado en la física de los sistemas desordenados y que fue de los
pocos en predecir –a través de un modelo de cálculo matemático– la victoria
electoral de Trump en EE.UU., sostiene que la “abstención diferenciada” –esto es, la distancia entre el voto
declarado en los sondeos y el voto final efectivo– puede hacer saltar todas las
previsiones. A su juicio, hay votantes de Fillon y de Mélenchon para quienes
Macron es indigerible. Y bastaría que un número significativo, aunque no
necesariamente muy elevado, de ellos se descolgara en el último momento para
entregar la presidencia a Le Pen.
“Podría resultar que con menos del 50% de intención de voto, Marine Le Pen
obtuviera más del 50% de los votos”, ha expresado en el diario Le Figaro.
El modelo de Serge Galan se basa en ecuaciones matemáticas.
Pero parte de un sustrato de realidad incontestable. No hay más que ver las
señales que van apareciendo estos días. El frente republicano no existe, la
unión sagrada ha saltado por los aires. Una cosa son los pronunciamientos de
las direcciones de los partidos y otra la calle. Y en la calle hay mucho
enfado, y una gran resistencia a seguir el guión. A fin de cuentas, Macron
simboliza todo lo que los franceses –sobre todo los de izquierda– rechazaron
abruptamente en el 2005: el mundo de la globalización, el imperio de las finanzas,
le Europa liberal. Le Pen lo sabe y lo está explotando a fondo. Muy a fondo.