lunes, 12 de julio de 2021

En medio, como el de Los Chichos


@Lluis_Uria

"Libre, libre quiero ser, quiero ser, quiero ser libre”, cantaban Los Chichos allá por el año 1973, su primer gran éxito discográfico. El alma del trío, uno de los grandes exponentes de la rumba flamenca, era Juan Antonio Jiménez Muñoz, El Jero, cronista de la vida callejera en los barrios marginales tomados por la droga y la delincuencia en los años setenta y ochenta. Principal compositor y vocalista del grupo –integrado también por los hermanos González Gabarre–, El Jero lo abandonó en 1990 para seguir su carrera en solitario. No le fueron las cosas muy bien. Años después, Estopa le dedicó la canción El del medio de Los Chichos.

Boris Johnson también quería ser libre. Y condujo al Reino Unido a abandonar la Unión Europea –no hace falta detallar ahora las dotes de trilero político que puso al servicio de tal empeño– con el objetivo de recuperar su plena soberanía. Sin embargo, y ésta es una más de las paradojas del Brexit, el primer ministro británico no ha querido romper el trío que forma con la alemana Angela Merkel y el francés Emmanuel Macron, y en el que hoy aparece como un elemento externo, incrustado en medio de la pareja francoalemana. Londres abomina de Bruselas, pero se aferra a Berlín y París.

En el nuevo documento estratégico Revisión Integrada de Seguridad, Defensa, Desarrollo y Política Exterior, aprobado el pasado mes de marzo, el Reino Unido se presenta como “un país europeo”, aunque con una proyección e intereses globales únicos que lo diferencian de los demás. Y declara a Estados Unidos como su “más importante socio y aliado estratégico”, mientras que los países europeos quedan en un segundo plano, reducidos a “socios vitales”. En su presentación, Boris Johnson reafirmó el compromiso británico con la seguridad de Europa, pero enfatizó más el interés por la región Indo-Pacífico que por el viejo continente, como si Londres sintiera, en tanto que recién divorciado, la necesidad de marcar diferencias con su ex. Entre los europeos, no obstante, el documento otorga una atención especial a tres países: Irlanda, por razones políticas e históricas obvias, y después  Francia y Alemania. Por este orden.

“Nosotros no tenemos aliados eternos ni enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y es nuestro deber seguirlos”, dijo Lord Palmerston en el siglo XIX. Desde entonces, es una máxima no refutada. La principal ambición de los promotores del Brexit, una vez recuperada la plena autonomía en materia de política exterior, es devolver al Reino Unido un papel preeminente en todo el mundo –bajo el lema Global Britain–, sin compromisos ni condicionantes. De ahí que Johnson rechazara la oferta de la UE de incluir las relaciones internacionales en el Acuerdo Comercial y de Cooperación firmado con los 27 para regular las relaciones mutuas tras el divorcio.

El Reino Unido, quinta economía y quinto poder nuclear del mundo, no sólo es una potencia económica y militar, sino también diplomática. A través del Foreign Office –dotado con 17.300 efectivos– tiene  presencia directa en 229 países y participa en una decena de las principales organizaciones internacionales. Junto a Francia, es el único país europeo miembro permanente –con derecho de veto– del Consejo de Seguridad de la ONU.

Pero la Gran Bretaña de hoy está lejos de tener el peso y la influencia de las épocas imperiales. Y si algo son los británicos es esencialmente pragmáticos. Así que, con Brexit o sin Brexit, han decidido mantener y potenciar la alianza tripartita  tejida en los últimos años con sus dos grandes exsocios europeos: Francia, con quien mantiene acuerdos bilaterales de seguridad y defensa –los tratados de Lancaster House– y Alemania. El llamado grupo E3.

Todo empezó en el 2003, cuando los tres países iniciaron los contactos con Irán que acabarían desembocando en el acuerdo nuclear con Teherán del 2014, con la participación de EE.UU., Rusia y China. Desde entonces, Londres, París y Berlín han consolidado una línea de colaboración informal  que no se ha limitado al asunto de Irán y Oriente Medio, sino que se ha extendido a otros terrenos. Representantes del trío se reúnen regularmente y han emitido numerosas declaraciones conjuntas sobre los asuntos internacionales. Tras el Brexit, aún más.

El grupo E3 ha establecido también un canal con EE.UU., dando lugar a un formato bautizado como Quad: el pasado febrero, los responsables de Exteriores de los cuatro se reunieron por segunda vez para abordar la cuestión iraní, pero de paso hablaron también –según su comunicado– de Irak, China, el cambio climático, Birmania, la OTAN y la pandemia de covid... ¡Toda una agenda!

La existencia del E3 resulta muy útil a Londres –que pese a todas sus declaraciones de amor no siempre está alineado con Washington– y también a París y Berlín, que tienen así una vía para escapar del corsé de la política exterior comunitaria, mediatizada por la regla de la unanimidad (y que les valió recientemente una derrota a manos de los países del Este, que vetaron su propuesta de una cumbre con Rusia).  El problema, naturalmente, es que la potenciación del E3 amenaza con debilitar a la UE, como ya han advertido con cierto enojo algunos países, poniendo más plomo en las ya de por sí pesadas alas de la política exterior y de seguridad común.