domingo, 10 de julio de 2022

Suwalki, el corredor de la muerte

@Lluis_Uria


Hay ciudades condenadas por la Historia. La alemana Königsberg –hoy Kaliningrado, un enclave de Rusia en la costa del mar Báltico– es una de ellas. Su destino era convertirse en desafortunado objeto de las disputas que han sangrado a Europa. Fundada en 1255 alrededor del castillo erigido por los cruzados de la Orden Teutónica, la que sería ciudad natal del filósofo Immanuel Kant fue durante siglos la capital de Prusia Oriental. En su fortaleza –bombardeada por los británicos durante en la Segunda Guerra Mundial y definitivamente arrasada por los soviéticos– fue coronado en 1701 el rey Federico I de Prusia (honor al que accedió por haber apoyado a los Habsburgo en la guerra de sucesión española). Territorio ruso tras la derrota de la Alemania nazi en 1945, hoy es el punto de fricción más caliente entre Rusia y la OTAN.

Königsberg sufrió su primer desgarro fronterizo tras la Primera Guerra Mundial, cuando fue escindida del resto de Alemania por la creación del corredor de Danzig, entregado a Polonia. Tras la Segunda Guerra Mundial, Rusia se anexionó su territorio, expulsó a la población alemana –sustituyéndola por rusos– y rebautizó la ciudad con el nombre de Kaliningrado, en homenaje a uno de los fundadores de la URSS, Mijaíl Kalinin. Mientras existió la Unión Soviética, el enclave –aunque separado de Rusia– en la práctica no fue tal. Pero la independencia de los países bálticos en 1990 y el subsiguiente derrumbe de la URSS lo abocó de nuevo a la segregación.

Encajonada entre Lituania y Polonia, miembros de la UE y de la OTAN, el único acceso terrestre de Rusia a su provincia báltica es desde la aliada Bielorrusia a través del llamado corredor de Suwalki, una franja de un centenar de kilómetros que discurre siguiendo la frontera polaco-lituana.  El corredor nunca se llegó a establecer como tal, pero en el 2002  se firmó un acuerdo por el cual se garantizaba a Rusia el libre tránsito de pasajeros y mercancías a Kaliningrado a través de Lituania. Cada mes pasa un centenar de trenes.

En la provincia, habitada por un millón de personas, Moscú tiene la base de la flota del Báltico –integrada por unos 50 buques y submarinos–, aviones MiG-31K armados con misiles hipersónicos Kinjal y baterías de misiles antibalísticos Iskander, así como 10.000 soldados. Los gobiernos bálticos sospechan que también ha desplegado armas nucleares. Para Rusia, Kaliningrado tiene pues una importancia geoestratégica clave y su acceso terrestre es vital. Para la OTAN, el enclave es una especie de caballo de Troya incrustado en su territorio y el corredor de Suwalki, el punto más vulnerable. Algunos analistas  temen que, después de Ucrania, podría ser el siguiente objetivo militar del presidente ruso, Vladímir Putin.


Los expertos militares occidentales  coinciden en señalar el riesgo de un ataque militar ruso para abrirse paso por la fuerza en este corredor, garantizarse un acceso directo al oblast (provincia) de Kaliningrado y aislar a los tres países bálticos –Estonia, Letonia y Lituania–, que a partir de ese momento tendrían dificultades para recibir apoyo de sus aliados de la OTAN. En el 2017 y el 2021 Rusia y Bielorrusia realizaron maniobras militares con ese supuesto objetivo, para alarma de la Alianza. Una acción de este tipo supondría muy probablemente  la guerra...

La situación alrededor de Kaliningrado se ha deteriorado gravemente en las dos últimas semanas a raíz de la decisión del gobierno lituano –apoyado por Bruselas– de aplicar las sanciones europeas contra Moscú también a las mercancías que atraviesan su territorio en dirección al enclave, como si se tratara de exportaciones a un tercer país. La medida, que afecta de entrada al carbón, acero, hierro, materiales de construcción y bienes de lujo, ha sido airadamente contestada por Rusia que la considera un “bloqueo” ilegal  y ha anunciado que tomará las medidas necesarias para “proteger sus intereses nacionales”, sin descartar “consecuencias graves para la población” lituana. Por el momento, las represalias rusas han consistido en ciberataques masivos contra múltiples objetivos institucionales en Lituania, públicamente reivindicados por el grupo de piratas informáticos ruso Killnet.

“Lituania tiene ciertamente el derecho de aplicar las sanciones de la UE, pero es igualmente claro que se trata de  una opción extraordinariamente peligrosa”, advertía hace una semana Emma Ashford, del Centro Scowcroft de Estrategia y Seguridad, en un debate de Foreign Policy. Así parece haberlo entendido también secretamente la UE, que según Reuters ha abordado contactos discretos para tratar de desactivar el problema a base de exonerar a Kaliningrado de las sanciones.

El regreso a la casilla de salida, sin embargo, puede no ser suficiente para apaciguar los espíritus. Occidente ha demostrado estar dispuesto a obstruir las comunicaciones con Kaliningrado. Y Putin podría estar tentado de actuar para que algo así no se vuelva a repetir.