Una tarde de febrero de 1987 Jacques Chirac, entonces primer
ministro de François Mitterrand –eran tiempos de la primera cohabitación–,
llamó a la puerta de la familia Baroin. Reunió a la madre, Michèle, y al hijo,
François, en el salón y les reveló que su marido y padre, Michel Baroin, amigo
íntimo suyo, acababa de morir en un accidente de avión en Camerún. La noticia
cayó como un mazazo sobre la familia, o lo que quedaba de ella, puesto que
menos de un año antes habían perdido ya a la hija y hermana, Véronique,
atropellada por un coche en París.
“Éramos cuatro y de repente quedamos dos”, rememoraría tiempo después
François Baroin, que contaba entonces 21 años y a partir de aquel momento se convertiría en el
protegido de Chirac.
A la sombra del expresidente francés, Baroin, a quien
llegaron a apodar el bebé de Chirac, arrancaría una meteórica carrera política
que le llevaría varias veces al Gobierno, al frente de carteras tan
fundamentales como Interior o Presupuesto. Designado esta semana director de
campaña de Los Republicanos para las elecciones legislativas de junio, el joven
senador Baroin, a punto de cumplir 52 años, con su eterna cara de niño, tupé
ondulante, voz grave y mirada melancólica, está en inmejorable posición para
optar al puesto de primer ministro en caso de que la derecha obtenga la
mayoría.
La hipótesis puede parecer inverosímil, pero no lo es tanto.
El pase a la segunda vuelta de las
presidenciales del centrista independiente Emmanuel Macron –exministro de
Economía en el gobierno socialista de François Hollande– y de la
ultraderechista Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), ha llevado a
algunos comentaristas a enterrar precipitadamente a los dos grandes partidos
que han vertebrado la política francesa desde el inicio de la V República. Todo indica, sin embargo, que
están lejos de haber muerto.
Salvo accidente –improbable, pero no del todo imposible–,
Emmanuel Macron será elegido presidente el próximo domingo. Así lo auguran
todos los sondeos, que le atribuyen una abultadísima ventaja de veinte puntos
sobre Le Pen (que al final ya será menor...) Pero Macron, joven, sobradamente
preparado y relativamente outsider –ajeno a los dos grandes aparatos políticos
pero tan del establishment como lo puede ser un exbanquero y exministro–, no se
ha aupado ante la opinión pública como el gran líder que ha de levantar al país
de su postración, sacarlo de su marasmo, darle una nueva esperanza. Sí, sus
seguidores así lo ven, y lo idolatran... Pero no la mayoría de sus votantes. Ya
en la primera vuelta Macron se benefició de un importante voto prestado: el de
todos aquellos votantes de tendencia socialdemócrata que –alentados por grandes
figuras del PS como Manuel Valls o Ségolène Royal– se cambiaron de bando para huir
del izquierdismo de Benoît Hamon, candidato oficial del Partido Socialista. El
domingo, Macron seguirá aumentando su bolsa de votos cedidos gracias a todos
aquellos –a derecha e izquierda– cuya única motivación es cerrar el paso al
Frente Nacional. Pero pocos, muy pocos, serán de verdadera adhesión. Ni a la
persona ni –aún menos– a su programa. Así que es harto improbable que el
movimiento político fundado por Macron hace un año, En Marcha, se acerque a la
mayoría absoluta en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio. “Macron
presidirá la República, pero no gobernará Francia”, pronosticaba ayer desde las
páginas de Le Monde el politólogo Patrick Weil. Que es tanto como vaticinar una
nueva cohabitación.
La aparición de En Marcha y el ascenso de la Francia
Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, además del progreso del FN, hacen prever que el
futuro parlamento sea más fragmentado que nunca. Pero no hay que olvidar que el
sistema electoral francés –mayoritario– premia a los más votados y castiga
fuertemente a los partidos menores. Así que republicanos –y también
socialistas– siguen teniendo muchas posibilidades. Sobre todo los primeros,
puesto que pueden reagrupar al voto conservador con ansias de cambio.
Para ello, y François Baroin es el primero en verlo –“Hemos
entendido el mensaje de la primera vuelta, no podemos llevar el mismo programa
de François Fillon”, ha dicho–, hace falta que Los Republicanos atemperen sus
propuestas y aparquen el thatcherismo a ultranza del ex primer ministro. A
Baroin, un hombre moderado y esencialmente pragmático, no ha de costarle
imprimir este giro. Tiene también la ambición y la cintura –otros dirían la
volatilidad o el cinismo– para hacerlo. No en vano ha sido, sucesivamente,
chiraquista, villepinista, sarkozysta y fillonista...
Amortizados ya los líderes más veteranos de la derecha, ha
llegado la hora de una nueva generación, de la que François Baroin es uno de
los más visibles y mejor situados exponentes. Pero no es el único. Otro joven
villepinista, el exministro Bruno Le Maire (48 años), le disputa el cetro desde
la moderación. Ambos no han tenido objeción en aceptar la posibilidad de
dirigir el Gobierno en Matignon con Macron en el Elíseo. Lo contrario de otro
aspirante, el más radical y combativo –y aún más joven– Laurent Wauquiez (42
años). La guerra sucesoria, en sordina mientras tanto, se desencadenará la
noche de la segunda vuelta.
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