viernes, 5 de mayo de 2017

Operación Matignon

Una tarde de febrero de 1987 Jacques Chirac, entonces primer ministro de François Mitterrand –eran tiempos de la primera cohabitación–, llamó a la puerta de la familia Baroin. Reunió a la madre, Michèle, y al hijo, François, en el salón y les reveló que su marido y padre, Michel Baroin, amigo íntimo suyo, acababa de morir en un accidente de avión en Camerún. La noticia cayó como un mazazo sobre la familia, o lo que quedaba de ella, puesto que menos de un año antes habían perdido ya a la hija y hermana, Véronique, atropellada por un coche en París.  “Éramos cuatro y de repente quedamos dos”, rememoraría tiempo después François Baroin, que contaba entonces 21 años y a  partir de aquel momento se convertiría en el protegido de Chirac.

A la sombra del expresidente francés, Baroin, a quien llegaron a apodar el bebé de Chirac, arrancaría una meteórica carrera política que le llevaría varias veces al Gobierno, al frente de carteras tan fundamentales como Interior o Presupuesto. Designado esta semana director de campaña de Los Republicanos para las elecciones legislativas de junio, el joven senador Baroin, a punto de cumplir 52 años, con su eterna cara de niño, tupé ondulante, voz grave y mirada melancólica, está en inmejorable posición para optar al puesto de primer ministro en caso de que la derecha obtenga la mayoría.

La hipótesis puede parecer inverosímil, pero no lo es tanto. El pase a la segunda vuelta  de las presidenciales del centrista independiente Emmanuel Macron –exministro de Economía en el gobierno socialista de François Hollande– y de la ultraderechista Marine Le Pen, líder del Frente Nacional (FN), ha llevado a algunos comentaristas a enterrar precipitadamente a los dos grandes partidos que han vertebrado la política francesa desde el inicio de  la V República. Todo indica, sin embargo, que están lejos de haber muerto.

Salvo accidente –improbable, pero no del todo imposible–, Emmanuel Macron será elegido presidente el próximo domingo. Así lo auguran todos los sondeos, que le atribuyen una abultadísima ventaja de veinte puntos sobre Le Pen (que al final ya será menor...) Pero Macron, joven, sobradamente preparado y relativamente outsider –ajeno a los dos grandes aparatos políticos pero tan del establishment como lo puede ser un exbanquero y exministro–, no se ha aupado ante la opinión pública como el gran líder que ha de levantar al país de su postración, sacarlo de su marasmo, darle una nueva esperanza. Sí, sus seguidores así lo ven, y lo idolatran... Pero no la mayoría de sus votantes. Ya en la primera vuelta Macron se benefició de un importante voto prestado: el de todos aquellos votantes de tendencia socialdemócrata que –alentados por grandes figuras del PS como Manuel Valls o Ségolène Royal– se cambiaron de bando para huir del izquierdismo de Benoît Hamon, candidato oficial del Partido Socialista. El domingo, Macron seguirá aumentando su bolsa de votos cedidos gracias a todos aquellos –a derecha e izquierda– cuya única motivación es cerrar el paso al Frente Nacional. Pero pocos, muy pocos, serán de verdadera adhesión. Ni a la persona ni –aún menos– a su programa. Así que es harto improbable que el movimiento político fundado por Macron hace un año, En Marcha, se acerque a la mayoría absoluta en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio. “Macron presidirá la República, pero no gobernará Francia”, pronosticaba ayer desde las páginas de Le Monde el politólogo Patrick Weil. Que es tanto como vaticinar una nueva cohabitación.

La aparición de En Marcha y el ascenso de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, además del progreso del FN, hacen prever que el futuro parlamento sea más fragmentado que nunca. Pero no hay que olvidar que el sistema electoral francés –mayoritario– premia a los más votados y castiga fuertemente a los partidos menores. Así que republicanos –y también socialistas– siguen teniendo muchas posibilidades. Sobre todo los primeros, puesto que pueden reagrupar al voto conservador con ansias de cambio.

Para ello, y François Baroin es el primero en verlo –“Hemos entendido el mensaje de la primera vuelta, no podemos llevar el mismo programa de François Fillon”, ha dicho–, hace falta que Los Republicanos atemperen sus propuestas y aparquen el thatcherismo a ultranza del ex primer ministro. A Baroin, un hombre moderado y esencialmente pragmático, no ha de costarle imprimir este giro. Tiene también la ambición y la cintura –otros dirían la volatilidad o el cinismo– para hacerlo. No en vano ha sido, sucesivamente, chiraquista, villepinista, sarkozysta y fillonista...

Amortizados ya los líderes más veteranos de la derecha, ha llegado la hora de una nueva generación, de la que François Baroin es uno de los más visibles y mejor situados exponentes. Pero no es el único. Otro joven villepinista, el exministro Bruno Le Maire (48 años), le disputa el cetro desde la moderación. Ambos no han tenido objeción en aceptar la posibilidad de dirigir el Gobierno en Matignon con Macron en el Elíseo. Lo contrario de otro aspirante, el más radical y combativo –y aún más joven– Laurent Wauquiez (42 años). La guerra sucesoria, en sordina mientras tanto, se desencadenará la noche de la segunda vuelta.




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