jueves, 4 de mayo de 2017

Euro, de salida no

“En 1940 vinieron con los tanques, ahora vienen  con el euro”. De esta belicosa manera, rememorando la invasión de Francia por la Wehrmacht bajo la dirección de Hitler, criticaba un tertuliano francés la inflexibilidad alemana durante la  crisis de la deuda soberana de la zona euro. Desde este punto de vista, la moneda única europea no sería sino un nuevo vehículo –moderno, digerible, edulcorado–, del dominio germano del continente.

Y sin embargo no hay nada más francés que el euro: el impulso político de la moneda única a partir de 1990 fue en cierto modo la condición –el antídoto– que François Mitterrand impuso a Helmut Kohl para aceptar y apoyar la reunificación de las dos Alemanias. Hoy puede parecer chocante, pero la caída del Muro de Berlín y la perspectiva de la reaparición de una Gran Alemania provocó hace treinta años en toda Europa un estremecimiento...

Poco parece importarle a Marine Le Pen el origen genuinamente francés del euro –casi tan francés como el camembert–. En el discurso de la líder del Frente Nacional la moneda única se ha convertido en el receptáculo de todos los males imputables a Europa y la globalización: la caída de la competitividad económica, la desindustrialización, el paro... Y la pérdida de soberanía. De ahí que una de las propuestas fundamentales y más radicales del programa de Le Pen haya sido –hasta ahora– la salida de Francia de la zona  euro y la recuperación del franco como moneda nacional.

Hasta ahora... Porque en un vuelco parecido al que protagonizó el PSOE en los años ochenta con la pertenencia de España a la OTAN –pasando del eslogan “De entrada, no” a defender en referéndum la permanencia–, la candidata del Frente Nacional al Elíseo ha hecho desaparecer esta espinosa iniciativa de su propuesta programática –su “profesión de fe”, que condensa en tres páginas sus planes de gobierno– para la segunda vuelta. El abandono del euro ya no aparece, por más que pueda subyacer, enmascarado, bajo la frase: “Renegociar los tratados europeos para recuperar nuestra soberanía y construir la Europa de las Naciones”.

Giro estratégico u ocultación táctica –el tiempo lo dirá–, este cambio debe mucho a la acción combinada de la alianza suscrita con el soberanista de derechas Nicolas Dupont-Aignan (4,7% de los votos en la primera vuelta) y la presión interna de los dirigentes del FN más pragmáticos, entre ellos la sobrinísima Marion Maréchal-Le Pen, que veían en el asunto del euro uno de los mayores obstáculos para ampliar la base de 7,6 millones de votos obtenidos el 23 de abril. Demasiadas incertidumbres. De todas las propuestas políticas del FN esta era probablemente la que más ansiedad y rechazo producía en los franceses, que en un 75% se dicen apegados a la moneda única, mientras sólo una minoría del 28% añora el franco  (según un sondeo de marzo de Le Figaro).

La salida del euro por parte de Francia, según coinciden casi todos los expertos –salvo los que están en nómina del FN y aledaños–, sería catastrófica para el país. Y la forma en que Marine Le Pen la exponía hasta hace poco, además, inviable. Probablemente para apaciguar los ánimos y suavizar las inquietudes que su plan despertaba, la líder de la ultraderecha francesa había planteado hasta ahora una salida de la zona del euro light, escalonada y negociada, que desembocaría seis meses después en un referéndum.

Además de la recuperación del franco como moneda nacional, proponía asimismo conservar una moneda europea “común” –que no “única”–, algo semejante al desaparecido ECU (por más que este no fuera propiamente una moneda, sino un sistema para encuadrar los tipos de cambio entre las monedas nacionales). El franco –un franco convenientemente devaluado, se entiende– reforzaría, según el FN, la competitividad de las exportaciones francesas, además de devolver supuestamente la soberanía monetaria al Banco de Francia.

La primera objeción a tal planteamiento es que sólo sería viable si efectivamente hubiera un –improbable– acuerdo con los demás socios de  la zona euro para reformular el sistema o volver atrás. Pero, como declaró el ex director de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Pascal Lamy en junio del año pasado, eso sería como “tratar de rehacer los huevos a partir de una tortilla”.

La única alternativa sería, pues, la salida pura y dura del euro. Y los efectos económicos de tal aventura se presumen notablemente adversos. Un informe de la Fundación Jean Jaurès, a partir de diversos estudios económicos, subraya que el primer efecto de tal medida sería una fuga de dinero hacia el extranjero, lo que obligaría a imponer un control de capitales que cuanto más largo fuera más penalizaría la economía, con el riesgo de provocar una “recesión grave” y un “aumento del paro” . El coste de la deuda contratada en el extranjero se elevaría considerablemente para perjuicio sobre todo de las empresas –las más frágiles de las cuales podrían acabar quebrando– y los beneficios de la devaluación del franco  en las exportaciones sólo podrían compensar el consecuente encarecimiento de las importaciones a condición de que se congelaran los salarios, lo que llevaría aparejada una pérdida del poder adquisitivo.

En el horizonte se perfilarían dos Francias, la de los ricos que poseerían euros y los pobres obligados a vivir sólo con francos.

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