“En 1940 vinieron con los tanques, ahora vienen con el euro”. De esta belicosa manera,
rememorando la invasión de Francia por la Wehrmacht bajo la dirección de
Hitler, criticaba un tertuliano francés la inflexibilidad alemana durante
la crisis de la deuda soberana de la
zona euro. Desde este punto de vista, la moneda única europea no sería sino un
nuevo vehículo –moderno, digerible, edulcorado–, del dominio germano del
continente.
Y sin embargo no hay nada más francés que el euro: el
impulso político de la moneda única a partir de 1990 fue en cierto modo la
condición –el antídoto– que François Mitterrand impuso a Helmut Kohl para
aceptar y apoyar la reunificación de las dos Alemanias. Hoy puede parecer
chocante, pero la caída del Muro de Berlín y la perspectiva de la reaparición
de una Gran Alemania provocó hace treinta años en toda Europa un
estremecimiento...
Poco parece importarle a Marine Le Pen el origen
genuinamente francés del euro –casi tan francés como el camembert–. En el
discurso de la líder del Frente Nacional la moneda única se ha convertido en el
receptáculo de todos los males imputables a Europa y la globalización: la caída
de la competitividad económica, la desindustrialización, el paro... Y la
pérdida de soberanía. De ahí que una de las propuestas fundamentales y más
radicales del programa de Le Pen haya sido –hasta ahora– la salida de Francia
de la zona euro y la recuperación del
franco como moneda nacional.
Hasta ahora... Porque en un vuelco parecido al que
protagonizó el PSOE en los años ochenta con la pertenencia de España a la OTAN
–pasando del eslogan “De entrada, no” a defender en referéndum la permanencia–,
la candidata del Frente Nacional al Elíseo ha hecho desaparecer esta espinosa
iniciativa de su propuesta programática –su “profesión de fe”, que condensa en
tres páginas sus planes de gobierno– para la segunda vuelta. El abandono del
euro ya no aparece, por más que pueda subyacer, enmascarado, bajo la frase:
“Renegociar los tratados europeos para recuperar nuestra soberanía y construir
la Europa de las Naciones”.
Giro estratégico u ocultación táctica –el tiempo lo dirá–,
este cambio debe mucho a la acción combinada de la alianza suscrita con el
soberanista de derechas Nicolas Dupont-Aignan (4,7% de los votos en la primera
vuelta) y la presión interna de los dirigentes del FN más pragmáticos, entre
ellos la sobrinísima Marion Maréchal-Le Pen, que veían en el asunto del euro
uno de los mayores obstáculos para ampliar la base de 7,6 millones de votos obtenidos
el 23 de abril. Demasiadas incertidumbres. De todas las propuestas políticas
del FN esta era probablemente la que más ansiedad y rechazo producía en los
franceses, que en un 75% se dicen apegados a la moneda única, mientras sólo una
minoría del 28% añora el franco (según
un sondeo de marzo de Le Figaro).
La salida del euro por parte de Francia, según coinciden
casi todos los expertos –salvo los que están en nómina del FN y aledaños–,
sería catastrófica para el país. Y la forma en que Marine Le Pen la exponía
hasta hace poco, además, inviable. Probablemente para apaciguar los ánimos y
suavizar las inquietudes que su plan despertaba, la líder de la ultraderecha
francesa había planteado hasta ahora una salida de la zona del euro light,
escalonada y negociada, que desembocaría seis meses después en un referéndum.
Además de la recuperación del franco como moneda nacional,
proponía asimismo conservar una moneda europea “común” –que no “única”–, algo
semejante al desaparecido ECU (por más que este no fuera propiamente una
moneda, sino un sistema para encuadrar los tipos de cambio entre las monedas
nacionales). El franco –un franco convenientemente devaluado, se entiende–
reforzaría, según el FN, la competitividad de las exportaciones francesas,
además de devolver supuestamente la soberanía monetaria al Banco de Francia.
La primera objeción a tal planteamiento es que sólo sería
viable si efectivamente hubiera un –improbable– acuerdo con los demás socios
de la zona euro para reformular el
sistema o volver atrás. Pero, como declaró el ex director de la Organización
Mundial del Comercio (OMC), Pascal Lamy en junio del año pasado, eso sería como
“tratar de rehacer los huevos a partir de una tortilla”.
La única alternativa sería, pues, la salida pura y dura del
euro. Y los efectos económicos de tal aventura se presumen notablemente
adversos. Un informe de la Fundación Jean Jaurès, a partir de diversos estudios
económicos, subraya que el primer efecto de tal medida sería una fuga de dinero
hacia el extranjero, lo que obligaría a imponer un control de capitales que
cuanto más largo fuera más penalizaría la economía, con el riesgo de provocar
una “recesión grave” y un “aumento del paro” . El coste de la deuda contratada
en el extranjero se elevaría considerablemente para perjuicio sobre todo de las
empresas –las más frágiles de las cuales podrían acabar quebrando– y los
beneficios de la devaluación del franco
en las exportaciones sólo podrían compensar el consecuente
encarecimiento de las importaciones a condición de que se congelaran los
salarios, lo que llevaría aparejada una pérdida del poder adquisitivo.
En el horizonte se perfilarían dos Francias, la de los ricos
que poseerían euros y los pobres obligados a vivir sólo con francos.
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