La renovación ya está aquí. Y quien no abrace el nuevo dogma
quedará irremisiblemente barrido por la historia. En un masivo e inédito
ejercicio de casting, el recién nacido movimiento político del nuevo presidente
francés, Emmanuel Macron, ha seleccionado en unas pocas semanas a un total de
428 candidatos para las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio, con el
reto de transformar el triunfo del 7 de mayo en una mayoría suficiente en el
Parlamento. Ha sido un trabajo arduo, había nada menos que 19.000 aspirantes
para cubrir un máximo de 577 escaños, los que tiene la Asamblea Nacional. Los
dirigentes de este nuevo objeto político –no suficientemente identificado–
rebautizado La República en Marcha han admitido cándidamente que una parte de
los aspirantes fueron sucintamente entrevistados por teléfono. ¿Cuántos
arribistas se les habrán colado? Cada cual es libre de hacer sus cálculos. El
proceso en todo caso no parece un ejemplo de solidez. Se trata de aportar caras
nuevas. Ni menos. Ni tampoco mucho más.
Todo contra la “casta” es el nuevo lema, el nuevo mot
d’ordre. Así en Francia como en España o Estados Unidos. Casta: “En algunas
sociedades, grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado
de los demás por su raza, religión, etc.”. En el caso que nos ocupa, un grupo
que tiende a perpetuarse en la política francesa. La casta, el establishment,
debe ser derribado y sustituido. Con estas u otras palabras, es un objetivo que
comparten en Francia desde el reformista Emmanuel Macron hasta el izquierdista
Jean-Luc Mélenchon, por no hablar de la líder ultraderechista Marine Le Pen,
que a veces parece Pablo Iglesias. La presión ambiente es tal que los dos
grandes partidos de la V República –socialistas y republicanos– se han
apresurado a aligerar sus listas electorales de veteranos... Incluidos esos
quincuagenarios que aspiraban a relevar a las viejas glorias y que Macron
denomina con ironía la “generación príncipe Carlos” , en alusión al heredero de
la corona británica, marchitándose sin llegar a reinar jamás.
Pero ¿dónde empieza y termina la casta? ¿Macron lo es menos
por el mero hecho de ser una cara todavía poco conocida? Tampoco a Zapatero lo
conocía nadie cuando en el 2004 se erigió en la renovación del socialismo
ibérico, pese a llevar dieciocho años calentando escaño en el Congreso de los
Diputados y votando disciplinadamente lo que indicaba el jefe de grupo (ya
saben: un dedo, sí; dos dedos, no; tres dedos, abstención). ¿Es Macron más nuevo
que lo era Zapatero? Sí. ¿Menos casta? No tanto... Incluso lo es bastante más.
Basta mirar la trayectoria personal y profesional del presidente electo –hijo
de una familia de médicos de Amiens
(Somme), perteneciente a la burguesía provincial– para comprobar que siempre ha
pertenecido a las élites de la República. Su carrera así lo atestigua: educado
en los jesuitas, cursó estudios en los dos templos de la clase dirigente
francesa –Sciences Po y la Escuela Nacional de Administración (ENA)–, antes de
pasar sin apenas transición a ser inspector de finanzas y seguir como miembro de la comisión gubernamental para el
Crecimiento –la llamada Comisión Attali–, alto ejecutivo primero y luego
asociado en el banco de negocios Rotschild –donde ha admitido haber ganado dos
millones de euros–, consejero del presidente François Hollande y finalmente
ministro de Economía dos años (2014-2016) antes de emanciparse y lanzarse a la aventura. ¿Alguien dijo casta?
Jean-Luc Mélenchon no
forma parte de esta élite, pero tampoco ha salido de las cadenas de montaje de
Renault o de los sindicatos ferroviarios de la SNCF. El líder de la Francia
Insumisa –tan crecido por sus resultados electorales que se ha permitido ahora
el lujo de despreciar a sus antiguos aliados del PCF– ya estaba en los asuntos públicos en 1986,
cuando Macron apenas contaba nueve años de edad... Eso sí, descendiente de
españoles exiliados en Marruecos, sus orígenes son más modestos. Licenciado en
filosofía, fue profesor de instituto antes de pasar a vivir de la política hace
ya más de treinta años. Senador, consejero de
departamento, europarlamentario, ministro de Enseñanza profesional (2000-2002)
en el Gobierno de Lionel Jospin, Mélenchon
fue un miembro destacado del ala izquierda del Partido Socialista hasta que empezó a distanciarse de
sus compañeros a causa del referéndum de la Constitución Europea del 2005 –en
el que hizo abierta campaña por el no– y del que se marchó definitivamente tras
el congreso de Reims del 2008 para fundar su Partido de Izquierda, del que es
presidente. Mientras preparaba su lucha por el asalto al Elíseo –y que lo dejó
a un pelo de pasar a la segunda vuelta–, se sienta desde hace siete años y
medio en el hemiciclo de Estrasburgo. ¿Alguien dijo casta?
En Estrasburgo, justamente, Mélenchon coincide con una odiada colega, la líder del Frente Nacional
(FN), Marine Le Pen, europarlamentaria
también desde el año 2004 (ser contraria a la Unión Europea no le pone
mayores problemas a la hora de cobrar, como el británico Nigel Farage).
Heredera de una dinastía de ultraderecha, Marine Le Pen se benefició desde
joven de la inesperada fortuna que un empresario extremista –Hubert Lambert,
fallecido a los 42 años sin descendencia– legó a su padre, Jean-Marie Le Pen
(una herencia contestada por la familia del finado). La presidenta del FN,
puesto en el que sucedió a su padre hace seis años, creció en una mansión de
una exclusiva urbanización de la burguesa ciudad de Saint-Cloud (suroeste de París), estudió
Derecho y ejerció brevemente como abogada, antes de dedicarse plenamente a la
política a partir de 1998, año en que se incorporó al aparato del FN y obtuvo
su primer mandato electoral como consejera regional en Nord-Pas de Calais.
Lleva casi veinte años en la brecha.
¿Alguien dijo casta?
No hay comentarios:
Publicar un comentario