sábado, 6 de mayo de 2017

Enemigos íntimos

Antes, mucho antes de que el PS francés, fundado en 1969 sobre las cenizas de la antigua SFIO (Sección Francesa de la Internacional Obrera), se embarcara en sus luchas intestinas entre la primera y la segunda izquierda, entre la ortodoxia marxista de François Mitterrand y la renovación socialdemócrata de Michel Rocard, el socialismo francés había inventado ya el concepto del molletismo. Doctrina política atribuida a Guy Mollet, secretario general de la SFIO desde mediados de los años cuarenta a finales de los sesenta, el molletismo aceptaba como principio la dualidad –o doblez, según se mire– entre el maximalismo de los objetivos ideológicos y el pragmatismo gubernamental. Con raras excepciones –el arranque de la presidencia de Mitterrand en 1981, rápidamente corregido–, la actuación del PS en el poder ha sido básicamente molletista. Pero difícilmente podrá seguir siéndolo.

La irrupción en el panorama político de la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, que con el 19,6% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales se ha hecho provisionalmente con la hegemonía de la izquierda, y el hundimiento del PS, que de la mano de Benoît Hamon ha caído al 6,4%, hacen imposible que los socialistas puedan seguir manteniendo su histórica ambivalencia. El futuro del PS, su orientación ideológica, su propia integridad como organización política, va a decantarse en el plazo de unas semanas. Los resultados que obtenga en las elecciones legislativas el 11 y 18 de junio, y la política de alianzas que establezca inmediatamente después en relación a la probable presidencia de Emmanuel Macron, determinarán el camino. Entre complicidad y oposición, la tan querida síntesis del socialismo francés –de la que François Hollande llegó a ser el gran maestro– no será sostenible. A no ser que el PS se rompa antes...

¿Continuará existiendo el Partido Socialista francés después de este envite? La pregunta es tan pertinente como incierta lo es la respuesta. “Los partidos socialistas mueren, no el socialismo”, subrayaba la semana pasada en Libération el filósofo Bruno Karsenti, quien recordaba que el hundimiento electoral de la SFIO en las presidenciales de 1969 –Gaston Defferre obtuvo sólo el 5% de los votos, mientras el comunista Jacques Duclos se alzó con el 21,3%– forzó su desaparición y alumbró el actual PS.

De momento, como les sucede a Los Republicanos, la unidad resulta obligada. Hay demasiado en juego. Y muchos prohombres del partido podrían perder su escaño el mes que viene según cómo vayan las cosas. La dirección del PS ha designado un comité electoral –con participación de todas las corrientes– para preparar la campaña, que dirigirá el primer ministro, Bernard Cazeneuve. El próximo martes, ya con un nuevo presidente electo, está previsto que se reúna el buró nacional y apruebe la plataforma electoral... Y los contactos para establecer posibles alianzas electorales con los socios habituales –PCF, Verdes– en determinadas circunscripciones ya han comenzado.

Pero bajo las formas, el PS está absolutamente dividido, fracturado. Dos grandes corrientes han acabado enfrentándose cara a cara en esta elección presidencial, ambas encarnadas –curiosamente– por dos derrotados, dos enemigos íntimos que se conocen muy bien: el candidato Benoït Hamon, figura referente del ala izquierda del partido, que plantea la búsqueda de una alianza con la Francia Insumisa de Mélenchon y situarse después como oposición a un gobierno de Emmanuel Macron. Y el ex primer ministro Manuel Valls, exponente del ala más derechista del PS –al que el barcelonés querría empezar por cambiarle el nombre–, partidario de buscar un acuerdo de gobierno con el movimiento de Macron, En Marcha, convencido de que no logrará obtener la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional y precisará de apoyos.

Las estrategias y objetivos de ambos son totalmente opuestos. Y la guerra que va a enfrentarles puede desencadenarse incluso antes de las elecciones legislativas. Hamon y los suyos no perdonan a Valls que –tras perder las primarias para designar al candidato socialista– se saltara las reglas y en lugar de apoyarle llamara a votar por Macron ya desde la primera vuelta. El castigo a semejante traición podría ser bloquear su investidura como candidato del PS en su feudo de Evry... Mientras, los guiños que Valls ha lanzado a Macron –para facilitarle una “mayoría fuerte” en el Parlamento– han obtenido hasta ahora una fría acogida. El presunto presidente no quiere acuerdos con el PS o una de sus facciones, sino que promueve las deserciones personales y el reclutamiento individual. “Si Valls está dispuesto a abandonar el PS, no habrá candidato de la mayoría presidencial contra él en Evry”, ha ofrecido explícitamente Macron. Es decir, si quiere venir, que venga, pero solo, con los brazos en alto y el carnet en la boca.


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