A principios de los años treinta, en un Japón duramente
golpeado por la devastadora crisis económica mundial que siguió al crack
bursátil de 1929, se popularizó un teatrillo ambulante conocido como
Kamishibai. Vendedores de caramelos y golosinas ofrecían a los niños, a cambio
de su mercancía, la lectura de historias fantásticas ilustradas por láminas con
dibujos que iban sucediéndose –cual viñetas de un cómic– conforme avanzaba el
relato. Se trata de uno de los antecedentes más claros del manga moderno,
convertido hoy en un fenómeno global. Esta potentísima industria, que en Japón
representa el 30% de la producción editorial y extiende sus tentáculos a la
televisión, el cine y el merchandising, afronta hoy un momento crucial,
caracterizado por el descenso de las ventas en papel y la emergencia
balbuciente del sector digital.
La revista de manga Jump, un tocho de papel barato que
supera las 400 páginas y ofrece semanalmente a sus lectores numerosas
historietas por capítulos a un módico precio (unos dos euros y medio), tiene
una tirada de 2,7 millones de ejemplares. Es la más vendida en Japón gracias,
entre otras cosas, a publicar desde 1997 las historias –destinadas al público
infantil y juvenil– del grupo de piratas de One Piece, el manga japonés más
exitoso de todos los tiempos con ventas acumuladas de cientos de millones de
ejemplares en todo el mundo: el año pasado, la entrega número 80 de la serie
alcanzó un récord histórico de ventas, con 3,6 millones de ejemplares sólo en
Japón.
Semejantes cifras, que pueden parecer mareantes para
mercados editoriales mucho más modestos, esconden sin embargo un cierto declive.
El semanario Jump vende aún muchísimo, pero muy poco si se compara con los seis
millones de ejemplares que alcanzó a mediados de los años 90. “En la última
década se ha producido un descenso sostenido de las ventas en papel, más en el
segmento de las revistas que en el de los libros”, constata Kazuma Yoshimura,
director del Centro Internacional de Investigación del Manga y miembro de la
junta directiva del Museo del Manga de Kioto. Globalmente, la cifra de negocios
de las historietas de manga en papel ha caído de 4,5 millones de euros anuales
en el 2006 a 3,1 millones en el 2015, sobre todo por las pérdidas de las
revistas. Al mismo tiempo, el negocio digital ha subido en el mismo periodo de
0,1 a 1,5 millones... “Las pérdidas en un lado parece que podrían compensarse
por el otro”, apunta Yoshimura.
No se muestra tan optimista Kohei Nishino, profesor de manga
en la Universidad de Kioto Seika y autor de historietas junto a su mujer bajo
el seudónimo de Konohana Sakuya. “El aumento del consumo digital no alcanza por
ahora a compensar le pérdida en el papel”, constata. Y eso que Nishino es un
pionero: en 1996 creo la primera página web y ha desarrollado aplicaciones
especialmente pensadas para tabletas y smartphones. La historia se sigue
desarrollando en viñetas, pero se incorporan vídeos y voces. La ventaja, de
cara a la internacionalización del producto, es que el texto escrito se puede
leer en diferentes idiomas, a elegir.
Kohei Nishino tiene su despacho en el quinto piso de la
Facultad del Manga –la única existente en todo Japón–, situada en uno de los
campus de la Universidad de Kioto, al norte de la ciudad. En ella hay inscritos
entre 800 y 900 estudiantes, a quienes se forma no sólo en el dibujo, sino en
la animación y también en el desarrollo de productos derivados. El
ambiente aquí es alegre y desenfadado. Nada encorsetado. En cierto sentido, muy
poco japonés.
“Siempre les digo a mis alumnos que no deben escuchar lo que
digan los adultos, sino guiarse por lo que ellos piensan o sienten por sí
mismos”, explica Nishino con su aspecto de eterno adolescente. Un planteamiento
que en este hemisferio puede parecer evidente, pero que en Japón choca
brutalmente con un sistema de enseñanza y una organización social que prima la
obediencia y la disciplina por encima de todo.
Pero justamente lo que exige a sus estudiantes Kohei
Nishino, alias Konohana Sakuya –“Konohana es el nombre de la diosa del monte
Fuji y Sakuya alude al sake”, explica–, es lo que está detrás del éxito
apabullante del manga más allá de las fronteras del país del sol naciente. En
Japón, el manga tiene un publico universal, incluyendo a los adultos. Hay
multitud de géneros: fantástico, histórico, romántico, divulgativo, realista,
femenino, erótico... Pero el que se lleva la palma es el dirigido al público
infantil y juvenil. Y es en este segmento donde se ha expandido por el mundo
–principalmente, en Asia y Europa–, primero a través de series de dibujos
animados y después a través de publicaciones y libros.
“Hay muchos jóvenes en el mundo del manga –¡hay incluso una
debutante de 14 años!–, y eso hace que los dibujantes y guionistas pertenezcan
a la misma generación que sus lectores. Que los adultos se pongan a pensar lo
que les interesa a los jóvenes es difícil que funcione”, sostiene Nishino.
La diferencia fundamental entre el manga infantil-juvenil
japonés y los cómics occidentales es la misma que va entre el gran superhéroe
americano Superman, creado en los años treinta del siglo pasado por Jerry
Siegel y Joe Shuster, del ídolo japonés de los años cuarenta Astroboy –un robot
infantil son sentimientos humanos–, creado por Tezuka Osamu, considerado el
padre fundador del manga moderno. En el manga, el héroe acostumbra a ser
un niño en defensa de la justicia.
Desde el punto de vista formal, se diría que el estilo
del dibujo es una de las principales características que distinguen al manga
japonés del cómic de tradición norteamericana o franco-belga. Pero a la vista
de la variedad de estilos que circulan por Japón, esta intuición se tambalea.
Si hubiera que encontrar los rasgos más específicos del manga habría que
buscarlos más bien, según Kazuma Yoshimura, en la expresión –más que el dibujo,
la disposición de las páginas, donde las viñetas se combinan de forma mucho más
libre que en el cómic occidental–, la difusión –un sistema de rotación, que
pasa por las revistas antes de su traducción en libro– y la variedad de
géneros, que hace que el manga tenga también un elevado consumo por parte de
los lectores adultos: “A diferencia de Europa, en Japón los padres de 50 años
saben más de manga que sus hijos”.
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