sábado, 29 de octubre de 2016

Temblores en el Pacífico

Viernes 21 de octubre, 14.07 de la tarde. Un seísmo de magnitud 6,6, cuyo epicentro se halla situado diez kilómetros bajo tierra, sacude la población japonesa de Kurayoshi, en la prefectura de Tottori (oeste). A 150 kilómetros de allí, en el despacho del profesor Kohei Nishino, de la Universidad de Kioto Seika,  los móviles de varios de los presentes lanzan una ruidosa alerta: “¡Terremoto! ¡terremoto!”. Segundos después, el suelo empieza a temblar y el edificio, a tambalearse. El movimiento y el ruido sordo que surge de la tierra cesan instantes después. En Tottori se cuentan 15 heridos, 165 viviendas dañadas y 2.800 personas refugiadas. Aparte de eso, sólo un susto, uno más. La vida sigue, sin inmutarse.

En las horas previas al temblor de Tottori, otros dos seísmos, en este caso de carácter político, habían hecho temblar –de verdad– a la clase dirigente japonesa: el miércoles, en su último cara a cara con  Hillary Clinton, el candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump, había advertido que Japón y Corea del Sur deberían ir pensando en arrimar más el hombro para su propia defensa y esperar menos de Washington. El jueves, en visita oficial a Pekín, el impetuoso presidente filipino, Rodrigo Duterte, había anunciado su intención de poner fin a la alianza militar con Estados Unidos y acercarse a China. Dos movimientos que, en caso de confirmarse, alterarían radicalmente el equilibrio geoestratégico en una de las regiones más calientes del mundo.

El politólogo Ken Jimbo, profesor de la Universidad de Keio e investigador del Canon Institute for Global Studies (CIGS) no cree en una victoria de Donald Trump –“Cuanto más habla, menos posibilidades hay de que gane las elecciones”, opina–, pero sus posicionamientos demuestran, a su juicio, una nueva y preocupante tendencia  en la opinión pública de Estados Unidos, que puede empujar al país hacia el aislacionismo. “Hasta ahora, EE.UU. ha actuado como garante del equilibrio global. Si abandona ese papel, puede ser un desastre”, advierte. Desde luego, lo sería para Japón, de quien Estados Unidos se ha erigido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en el protector oficial. Pero también para Corea del Sur y para Filipinas... Mal que le pese a Duterte. “Si Filipinas fuera atacada, sólo Estados Unidos podría salir en su defensa”, subraya pensando en China.

El juego de Duterte, que un día afirma una cosa y al día siguiente la matiza –cuando no la contradice–, es oscuro. Nadie se atreve a pronunciarse sobre lo que realmente pretende o a adónde se dirige. “Está claro que no le gusta Estados Unidos, pero tampoco sabemos por qué”, admite Tetsuo Kotani, del Japan Institute of International Affairs (JIIA),  para quien el giro político de Duterte está en contradicción con la disputa territorial que su país mantiene con Pekín en el mar de China Meridional por las islas  Spratly, y que el pasado mes de julio suscitó un pronunciamiento del Tribunal Internacional de La Haya favorable a Manila (que los chinos no reconocen).

El mar de China Meridional, y en menor medida el mar de China Oriental, se han convertido en el escenario de un pulso geoestratégico por la hegemonía en la región Asia-Pacífico, con China y Estados Unidos jugando a amedrentarse mutuamente con sus fuerzas navales, que lo convierten en un polvorín. Desde su nueva fortaleza económica y militar, China lleva tiempo sometiendo a una fuerte presión a sus vecinos del sur con sus reivindicaciones sobre los archipiélagos intermedios: a Filipinas, Vietnam,  Taiwán, Malasia y Brunei en las islas Spratly –zona donde Pekín ha empezado a construir islas artificiales–; a Taiwán y Vietnam en las islas Paracelso, y de nuevo a Taiwán en las islas Pratas. Al este, frente a Japón, las maniobras agresivas de Pekín se centran en las islas Senkaku.  Cada paso de China destinado a tratar de cambiar por la vía de los hechos el actual statu quo es respondido por EE.UU. paseando a sus  buques de guerra por estas aguas.

“Estados Unidos siempre ha tenido  mucha influencia en esta zona, y ahora China se ve con fuerza militar suficiente para cambiar esta situación”, opina Tetsuo Kotani, para quien todas estas maniobras en el mar Meridional y el mar Oriental tienen en última instancia el objetivo de prevenir un eventual intento de Taiwán de proclamar la independencia.

El otro punto de ignición bélica es Corea del Norte. Desde que Kim Jong Un asumió las riendas del país,  el régimen de Poyngyang ha aumentado la escalada militar. Sólo en los últimos ocho meses, ha realizado dos ensayos nucleares y lanzado una docena de misiles balísticos. “Es sin duda la amenaza más grave en la zona”, considera el profesor Jimbo, puesto que “ya no se trata de gestos simbólicos como en el pasado, sino que Corea del Norte busca hacer operativos sus sistemas”. “Es muy serio”, remarca.

Los agoreros de una Tercera Guerra Mundial tienen en el Pacífico –además de en los diversos escenarios de la confrontación entre Rusia y EE.UU.– uno de sus focos potenciales más importantes. Los analistas japoneses no creen en la posibilidad de una conflagración general –“No es probable un enfrentamiento directo entre China y Estados Unidos, ambos países van con mucho cuidado”, sostiene Kotani–, aunque el riesgo de un conflicto militar entre el gigante asiático y alguno de los países de su entorno no es descartable. “Un conflicto de baja intensidad es posible”, admite Jimbo, pero no una guerra global: “Sería un desastre humano y económico, el interés común de todos los países es evitarla”. A diario, sin embargo, se suceden los roces (ayer mismo, China advirtió a Japón sobre las “peligrosas maniobras” de intercepción de sus cazas) y cualquier incidente puede desencadenar el mecanismo infernal.


El problema con los seísmos es que nunca se sabe si constituyen temblores pasajeros o anticipan un terremoto devastador.


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