21/08/2017
Una de las imágenes más impactantes de los atentados
islamistas de Barcelona y Cambrils no contiene atisbo alguno de violencia. No
hay armas. No hay rastros de sangre. No hay víctimas. Es una imagen
aparentemente anodina: un carnet escolar a nombre Moussa Oukabir, de 17 años,
estudiante de gestión administrativa en el Instituto Abat Oliba de Ripoll en el
curso 2015-2016, y uno de los integrantes del vasto comando yihadista que
perpetró la matanza del pasado jueves. Moussa Oukabir nació en Ripoll, creció
en Ripoll, se educó en Ripoll. Moussa Oukabir era de aquí. Uno de los nuestros.
Tarde o temprano tenía que pasar. Sólo era cuestión de
tiempo. Que la tentación de la
Yihad se extiende entre las nuevas generaciones de musulmanes
nacidos en suelo europeo es algo que ya se había visto en Francia y el Reino
Unido. Si no había sucedido hasta ahora aquí, es sólo porque la inmigración
magrebí es mucho más reciente.
Tarde o temprano, la realidad salta a la cara. A los
británicos les pasó con los atentados de Londres del 7 de julio del 2005,
cuando un comando terrorista hizo explotar cuatro bombas en el metro y un
autobús urbano de dos pisos, dejando tras de sí un reguero de 52 muertos. De
los cuatro kamikazes, tres eran ingleses hijos de inmigrantes pakistaníes. Los
tres habías nacido en la ciudad industrial de Leeds. En marzo del 2012, un
francés de origen argelino nacido en Toulouse, Mohamed Merah, asesinó a siete
personas en el espacio de una semana: tres militares en Montauban y cuatro
personas más -un adulto y tres niños- a las puertas de la escuela judía
tolosana Ozar Hatorah.
Muchos otros casos han seguido este mismo patrón, así en el
Reino Unido y Francia como en otros lugares: en Bélgica, por ejemplo, una de
las cunas más activas del islamismo radical en Europa. Y no se trata sólo de
los autores de atentados en suelo europeo. Del continente han partido
centenares y centenares de jóvenes europeos musulmanes para combatir en Siria
en las filas del Estado Islámico.
¿Quiénes son estos jóvenes? ¿qué les ha llevado a abrazar
una causa tan sanguinaria y nihilista? Muchos retratos robot se han ido
dibujando en los últimos años del yihadista europeo. Un estudio realizado
recientemente en Francia por el CNRS y el Instituto Nacional de Altos Estudios
de la Seguridad
y la Justicia
da algunos apuntes al respecto: la mayoría de estos jóvenes –algunos de los
cuales han caído en la delincuencia común, pero no todos- proceden de familias
desestructuradas y albergan un fuerte sentimiento de pertenencia a una
comunidad oprimida y discriminada. Los estudios que se han hecho con yihadistas
británicos no aportan conclusiones muy diferentes.
El islamismo radical se nutre en Europa de jóvenes de
familias musulmanas –aunque también hay conversos- que habitan en barriadas de
inmigrantes económicamente deprimidas, con pocos estudios y escasas
perspectivas de inserirse en el mundo laboral, que se sienten excluidos de la
sociedad y buscan en su identidad musulmana y en la religión un medio de salir
del pozo y de dar sentido a su vida. La Yihad se lo ofrece.
El problema que subyace a este preocupante fenómeno –al
margen del factor religioso, sin duda fundamental- es el de la integración de
los inmigrantes extranjeros en los países europeos. En Europa, dos modelos se
han confrontado a este respecto: el sistema multicultural británico, que
reconoce como tales a las diferentes comunidades y deja manga ancha para que se
autoorganicen de acuerdo con sus tradiciones y costumbres, y el sistema
uniformista francés, que niega la existencia como tal de comunidades y
considera a todos los individuos como ciudadanos iguales sin tener en cuenta
origen ni religión. A la vista de los resultados, no se puede decir que uno
prevalezca sobre el otro.
Porque lo cierto es que ambos se han demostrado deficientes.
Si no hubo problema en Europa con las primeras generaciones de inmigrantes,
entre las décadas de los 50 a
los 70, fue porque llegaron en un momento expansivo y había trabajo para todo
el mundo. Pero este escenario se acabó con la crisis del petróleo y no se ha
vuelto a recuperar. Castigados por un desempleo muy superior a la media
-especialmente entre los jóvenes- y estigmatizados por una discriminación
étnica que no se reconoce pero existe, divididos entre dos mundos sin reconocerse
plenamente en ningún o de ellos, los miembros de las nuevas generaciones que
han nacido y crecido en Europa, británicos o franceses de derecho, se enfrentan
a una realidad que difiere mucho de lo que se les había prometido. Su rabia y
su frustración es tierra fértil para los predicadores del odio.
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