domingo, 27 de noviembre de 2016

'Tovarich' François

Pocos días después del fallecimiento de su madre, la historiadora Anne Soulet, el 17 de agosto del 2012, el destronado ex primer ministro francés François Fillon recibió un presente inesperado: el presidente ruso, Vladímir Putin, le envió como muestra de condolencias una botella de vino millésime de 1931, el año de nacimiento de su madre. Un gesto para no olvidar. Como la llamada telefónica que el jefe del Kremlin le había hecho el 7 de mayo, al día siguiente de la derrota de Nicolas Sarkozy frente a François Hollande en las elecciones presidenciales –lo que le dejaba fuera de Matignon–, interesándose por su futuro personal.

Los medios franceses recuerdan estos días ambas anécdotas para remarcar hasta qué punto el ganador de la primera vuelta de las primarias de la derecha francesa, para designar a su candidato a la presidencia de la República en las elecciones del 2017, tiene una estrecha relación con el presidente ruso. Lo que se ha traducido en un posicionamiento político acusadamente conciliador hacia Rusia. Si quien fuera el brazo derecho de Sarkozy en el Gobierno francés entre el 2007 y el 2012 llega el año que viene al Elíseo, la política francesa hacia Moscú podría experimentar una brusca reorientación.

 “Lo que yo propongo es que nos sentemos alrededor de una mesa con los rusos, sin pedir permiso a Estados Unidos, y que restablezcamos el vínculo, la confianza, que permita amarrar a Rusia a Europa”, argumentó en su cara a cara del jueves por la noche con su contrincante, el también ex primer ministro Alain Juppé. Para Fillon, la política seguidista de François Hollande respecto a Washington en este terreno ha sido “absurda” y si dentro de  seis meses se hace con la presidencia de la República se propone dar un golpe de timón. Fillon no ha ocultado nunca que está en contra de la aplicación de sanciones económicas a Moscú por su intervención en Ucrania y la anexión ilegal de Crimea –“No es realista”, ha argumentado–, de la misma forma que aboga por establecer una alianza con Rusia en el complejo tablero sirio –aunque sea a costa de mantener temporalmente al sanguinario Bashar el Asad en el poder en Damasco– con tal de acabar con la amenaza del Estado Islámico (EI). Un giro de 180 grados.

No es la primera vez que François Fillon defiende públicamente tales planteamientos. Lleva tiempo haciéndolo. Incluso en foros donde a priori debería haber sido más comedido. Como cuando en septiembre del 2013, en una intervención en el marco del Club Valdai, en Moscú,  se permitió criticar implícitamente la política del presidente Hollande reclamando que Francia recobrara su independencia de acción. Por entonces, París –que curiosamente era el más guerrero– y Washington amenazaban con una intervención militar directa en Siria contra el régimen de El Asad. “Desde hace tres años digo y repito que a base de hacer de la marcha de El  Asad nuestra prioridad, hemos dejado ganar terreno al EI y malogrado la oportunidad de construir una verdadera coalición internacional (...) En este contexto sólo una potencia ha demostrado realismo: Rusia”, escribió el pasado mes de abril en una tribuna en Marianne.

A priori pocas cosas deberían acercar a François Fillon, un conservador tradicional-católico de las buenas familias del Sarthe –con su château incluido–, y a Vladímir Putin, un hombre extraído de los servicios secretos de la extinta Unión Soviética (a no ser que el mapa  de Europa incluido en el programa de Fillon, donde salen por error las fronteras de la antigua RDA, país en el que sirvió Putin como espía, pueda considerarse un acto fallido). Tampoco las trayectorias políticas de ambos hombres les colocaban, en principio, en la misma órbita. Sin embargo, a veces el destino –o el azar– es juguetón.

 Si Fillon y Putin llegaron a establecer la relación que hoy mantienen se debe a la confluencia de dos factores casuales: el impensable retraimiento de Nicolas Sarkozy –que como presidente de la República tenía el monopolio de la política exterior– y la coyuntural autodegradación de Putin de presidente a falso primer ministro –turnándose el cargo con Dmitri Medvédev– con tal de conservar el poder real. “Nunca estrecharé la mano de Putin”, había proclamado el inflamado e inflamable Sarkozy durante la campaña electoral del 2007, cerrándose la puerta y abriéndosela a Fillon. Durante  cuatro años, el primer ministro francés y el ruso se vieron con frecuencia –dos o tres veces al año– y  forjaron una relación política y personal      –visitas a la dacha de Putin incluidas– que si no puede calificarse de amistad  sí está basada en el mutuo reconocimiento y respeto.

 “No es alguien que se contente con  las relaciones habituales entre jefes de gobierno. Te guste o no, hay que estar ahí, hay que dedicarle tiempo. Una entrevista con él no dura menos de tres horas. Pero cuando termina en un acuerdo, es un acuerdo respetado”, decía Fillon en el 2013 según una información de L’Express. Para el ex primer ministro francés, Putin “es un bulldog, pero tiene también un lado cálido y sensible”. Ambos se tutean casi desde el principio.

No es de extrañar pues que, después de la inopinada elección de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos –que no ha ahorrado elogios a Putin y ha hecho de la normalización de las relaciones con Rusia una de sus divisas–, en el Kremlin crean que les ha tocado la lotería. “Fillon  es un hombre recto, un gran profesional”, comentó el presidente ruso tras la victoria del ex jefe del Gobierno francés en la primera vuelta de las primarias, subrayando su “buena relación personal”. Menos contenido, el senador ruso Alexéi Pushkov, dio rienda suelta a su entusiasmo: “Ha sido una victoria sensacional”.

 

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