Antes, mucho antes, de que Estados Unidos se convirtiera en
el gendarme del mundo, fue un país tentado por el ensimismamiento. El
aislacionismo fue, de hecho, la corriente política dominante desde su fundación,
principalmente en el partido republicano. Y ya desde el temprano año 1796, el
presidente George Washington dejó establecido este principio en su carta de
despedida a la nación (Farewell Address),
donde abogaba por aprovechar la situación aislada y lejana del país para
mantenerlo a distancia de las querellas europeas, evitar “alianzas permanentes
con cualquier parte del mundo exterior” y seguir una política esencialmente
defensiva. La Segunda Guerra Mundial –más que la Primera- acabó con la
pretensión de neutralidad. Desde entonces, el intervencionismo –más o menos
estrepitoso- ha sido la marca predominante.
La llegada de Barack Obama a la Casa Blanca en el 2008
cambió la ecuación y, aunque tras dos mandatos consecutivos no ha sido capaz
culminar la prometida retirada de Afganistán, el presidente saliente puso fin a
las aventuras bélicas de su predecesor. Si George W. Bush embarcó a Estados
Unidos en el 2003 en Irak en su guerra más desastrosa –la aparición del Estado
Islámico es el fruto más genuino de aquella calamitosa empresa-, Obama ha
resistido a la tentación, y a las presiones europeas, para embarcarse en nuevas
intervenciones en Libia y en Siria. ¿Cambiará esta línea la llegada a la Casa
Blanca de Hillary Clinton o Donald Trump? Todo indica que no.
Doscientos veinte años después de su carta de adiós, George
Washington estaría encantado de escuchar lo que va diciendo y repitiendo en sus
mítines e intervenciones públicas el sulfuroso Donald Trump. En política
exterior, el magnate neoyorquino es una paloma frente a la casta de halcones
que anidan en Washington, pero sus posiciones no son una rareza. Por el
contrario, enlazan con la histórica tradición republicana del aislacionismo y,
sobre todo, con un arraigado sentimiento de repliegue en la opinión pública norteamericana.
Cuando Trump sostiene que EE.UU. ya ha pagado demasiado por la defensa de los
demás y que, a partir de ahora, cada cual –sus aliados en Europa y en Asia-
deberá empezar a sacarse sus propias castañas del fuego; cuando se muestra
partidario de alejarse del eterno polvorín de Oriente Medio y de reencontrar
una relación apaciguada con el ruso Vladímir Putin; cuando promete que si es
presidente se centrará en la política interna y dedicará prioritariamente sus
esfuerzos a los problemas de los ciudadanos estadounidenses, está diciendo lo
que el país quiere escuchar.
Un reciente sondeo realizado, este mes de octubre, por
Survey Sampling International para el Instituto Charles Koch, constata que una
amplia mayoría de norteamericanos considera que la política exterior de los
últimos quince años –tras los atentados del 11-S- ha hecho que EE.UU. sea hoy
un país menos seguro (53%) y que también lo sea el mundo en su conjunto (51%).
Y esa mayoría se convierte en aplastante (75%) a la hora de considerar que el
próximo presidente debería reducir las intervenciones militares en el exterior
o expresar dudas al respecto. “Este sondeo muestra la desconexión entre la
élite de la política exterior de Washington, que apoya una postura activa,
agresiva, y la opinión pública norteamericana, que observa con cautela las
repetidas aventuras en el exterior”, sostiene William Ruger, vicepresidente del
Instituto Charles Koch.
Resulta evidente que Trump ha conectado con una parte
sustancial de los estadounidenses en este como en otros terrenos, incluida una
parte también de los votantes conservadores. Y no únicamente en lo que respecta
a las intervenciones militares en el exterior, sino también a la política de
tratados comerciales internacionales: Trump ha cuestionado también la firma del
Acuerdo Transpacífico (TPP) con los principales países asiáticos salvo China, y
el todavía en suspenso Acuerdo Trasatlántico (TTIP) con Europa, arrastrando en
ello también a Hillary Clinton, ya presionada por al ala izquierda de sus
votantes pro Bernie Sanders…
Politólogos
estadounidenses, y no estadounidenses, consideran que el discurso de Trump ha
arraigado suficiente como para que sobreviva a su promotor en el caso de que
sea derrotado por Hillary Clinton, y que una parte del Grand Old Party (GOP) ha
roto de hecho con la línea oficial de los republicanos por lo que hace a la
política exterior. “No creo que el trumpismo sea el futuro inevitable del
partido republicano, pero alguna forma de conservadurismo nacionalista
probablemente va a perdurar. No va a desaparecer por el hecho de que pierda”,
sostenía Colin Dueck, de la Universidad George Mason, en un artículo publicado
por Foreign Policy. Al otro lado del Pacífico, el profesor Ken Jimbo, de la Universidad de Keio e
investigador del Canon
Institute for Global Studies (CIGS), considera que “más allá
de Trump, hay una corriente de fondo en Estados Unidos que empuja hacia el
aislacionismo” y, en última instancia, a que EE.UU. devenga “un país normal”.
Lo que a su juicio sería un desastre.
¿Y Hillary Clinton? Comparada con Donald Trump, la candidata
demócrata, ex secretaria de Estado con Obama entre el 2009 y el 2013, aparece
como un halcón. Más allá de su imagen en la Situation
Room de la Casa Blanca siguiendo en directo la operación de caza de Bin
Laden, es conocido su antiguo posicionamiento en favor de la guerra de Irak en
el 2003 y su inclinación por intervenir también en Libia en el 2011 (algo que
finalmente se dejó básicamente en manos de británicos y franceses). A priori,
pues, parecería que en caso de resultar elegida presidenta seguiría más bien la
política exterior tradicional de las últimas décadas, corrigiendo incluso la
línea de Obama. Pero no está tan claro que, aún cuando esa fuera su intención,
Hillary Clinton pudiera sustraerse a los deseos de la corriente principal de la
opinión pública.
Por el contrario, hay quien piensa, como Stephen M. Walt,
profesor de la Universidad de Harvard, que si la candidata demócrata llega a la
Casa Blanca no tendrá más remedio que focalizarse en las reformas internas y
dedicar sus esfuerzos presupuestarios principales a relanzar la economía con un
vasto programa de inversiones en infraestructuras, en lugar de en costosas
acciones bélicas, si quiere ser reelegida para un segundo mandato. En un artículo
titulado “¿Por qué estamos tan seguros de que Hillary será un halcón?”, expresa
sus numerosas dudas al respecto y llega a la siguiente conclusión: “Como todos
los presidentes de Estados Unidos, Hillary Clinton, se esforzaría
indudablemente en mantener a EE.UU. como número uno en las áreas críticas de
poder global, y no hay duda de que hablará mucho sobre la responsabilidad
global de América, su carácter “excepcional”, su indispensable liderazgo, bla,
bla, bla. Pero si es inteligente, habrá principalmente palabras y no mucha
acción”.
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