A Vladímir Putin no le faltan camaradas en Occidente. La difícil situación actual del presidente ruso en el mundo podría cambiar si, tras Orbán en Hungría, Le Pen llegara al poder en Francia y sobre todo si Trump volviera a la Casa Blanca.
@Lluis_Uria
"Ha llegado el momento de que nosotros, nuestro pueblo, hagamos un llamamiento al pueblo de Estados Unidos para que cambie el régimen de su país pronto y ayude otra vez a nuestro socio, (Donald) Trump, a ser presidente”. Podría parecer el comentario de un parroquiano acodado en la barra de un bar de la calle Nikólskaya de Moscú frente a un vaso de vodka. Pero no lo es. Lo hizo el 29 de marzo en el Canal 1 de la televisión estatal rusa el presentador del programa 60 Minutos, Evgeny Popov, quien –obsérvese– no aludía a las elecciones presidenciales del 2024, sino a un calendario más apremiante y a medios más expeditivos: ¿a la manera de los asaltantes del Capitolio el 6 de enero del 2021?
Los sondeos dan hoy a Trump
una ventaja sobre Biden de 47% a 41%, pero las elecciones quedan aún muy lejos.
Sobre todo para los intereses del Kremlin.
La opinión de Popov, en
cualquier caso, no es gratuita. Expresa fielmente cuál sería el escenario ideal
para el presidente ruso, Vladímir Putin, a quien Donald Trump sigue profesando
una rendida admiración (“Me llevaba muy bien con él”, “me gustaba, y yo a él”,
“tiene mucho encanto y mucho orgullo”, “ama a su país”). Y, con Trump, la
extrema derecha norteamericana y europea, que ven en el líder ruso al modelo de
hombre fuerte, autoritario, nacionalista, conservador y defensor de la religión
con que sueñan para sus propios países.
El interés de Putin en Trump
es públicamente conocido. Y las interferencias rusas en la campaña electoral
del 2016 para erosionar la candidatura de Hillary Clinton en beneficio del
republicano están más que probadas. La investigación del fiscal especial Robert
E. Mueller al respecto no consiguió evidencias suficientes para encausar –ni
exonerar– a Trump, pero demostró la peligrosa connivencia del equipo de campaña
del expresidente con Moscú.
La guerra de Ucrania no ha
cambiado esencialmente las cosas. Dos días antes de la invasión del país por el
ejército ruso, Donald Trump calificaba públicamente de “genio” a Putin por su
maniobra de reconocer la independencia de las prorrusas repúblicas de Donetsk y Luhansk (en la región oriental
del Donbass), que juzgó “maravillosa”. Putin lo utilizó dos días más tarde como
pretexto para justificar la invasión.
Después, Trump ha frenado las
expresiones públicas de entusiasmo hacia su amigo Putin –no sin dejar de
subrayar que con él en la Casa Blanca “esto no hubiera pasado”–. Pero se ha
dedicado a agitar sospechosamente las mismas aguas turbias que el Kremlin. En
otro programa de televisión el mismo día 29, en el canal conservador Just the
News, Trump instó a Putin a revelar todo lo que sepa sobre los negocios del
hijo de Joe Biden, Hunter, en Rusia y Ucrania: “Yo creo que conoce la respuesta
y debería hacerlo público”.
No es la primera vez que
Trump se interesa en Hunter Biden, que entre el 2014 y el 2019 formó parte del
consejo de administración del grupo energético ucraniano Burisma. En el 2020,
siendo presidente, Trump extorsionó a su homólogo ucraniano, Volodímir
Zelenski, amenazándole con congelar toda ayuda militar si no reactivaba una
investigación sobre los negocios del hijo de su rival. Esta acción le valió en
el 2021 un proceso de impeachent (destitución) del que en última instancia le
salvó el voto republicano en el Senado.
Volver a remover hoy el
nombre de Hunter Biden podría parecer extemporáneo si no fuera porque el
Kremlin también lo ha puesto sobre la mesa, acusándole de financiar –a través
del fondo de inversiones Rosemont Seneca– a laboratorios supuestamente dedicados
a fabricar en Ucrania armas biológicas con el patrocinio del Pentágono. Así lo
dijo en una conferencia de prensa en Moscú, el 24 de marzo, el teniente general
Igor Kirílov, comandante de las Fuerzas de Protección Radiológica, Química y
Biológica del Ejército ruso. Días después, el portavoz del Ministerio de
Defensa ruso, el mayor general Igor Konashenkov, volvió a involucrar a Hunter
Biden en el tema, a la par que acusaba al gobierno ucraniano de preparar un
ataque biológico con drones a la zona prorrusa del Donbass.
Estas acusaciones han tenido
cierto eco en medios de la extrema derecha norteamericana, donde a pesar de la guerra Putin mantiene una elevada
cotización, incluidos aquí los sectores más ultras del propio Partido Republicano.
No se trata sólo de los Steve Bannon de turno, o los seguidores de la red
conspiracionista Qanon. Comprensivos con el líder ruso se han mostrado también
gente de la antigua administración Trump –como Mike Pompeo o Peter Navarro– y
congresistas trumpistas como Marjorie Taylor Greene o Matt Rosendale, entre
otros.
Los aliados ideológicos de
Putin en Occidente no serán muchos, pero están en todas partes. Una de las
pocas buenas noticias para el presidente ruso en las últimas semanas, muy
escaso de ellas –vista la desastrosa evolución de la campaña militar en Ucrania
y la dureza de las sanciones aplicadas a Rusia–, ha sido la reciente reelección
con una mayoría absoluta aplastante del primer ministro de Hungría, Viktor
Orbán, su principal peón en el interior de la Unión Europea.
Orbán ha tratado de guardar
las formas sin desmarcarse de las sanciones aprobadas por la UE, pero se ha
mostrado comprensivo con Putin –al que siempre ha tratado como aliado, y con
cuyas ideas iliberales y autoritarismo comulga–, mientras atacaba de forma vergonzante
a Zelenski. El líder húngaro ha vetado
la entrega de armas a los ucranianos a través de su país y bloquea asimismo el
embargo europeo del gas ruso (que ha aceptado pagar en rublos como exige
Moscú). Muestra de su cercanía, Putin felicitó personalmente a Orbán y declaró
que, “pese a la compleja situación
internacional, el desarrollo de las relaciones bilaterales responde en su
totalidad a los intereses de Rusia y Hungría”.
Putin, sin duda, seguirá
asimismo atentamente los resultados de la primera vuelta de la elección
presidencial de hoy en Francia, donde Marine le Pen (Reagrupamiento Nacional)
pisa los talones del presidente Emmanuel Macron, al que podría incluso llegar a
superar en número de votos. La líder de
la extrema derecha francesa ha marcado distancias con Moscú desde la invasión
de Ucrania, que ha condenado, pero tampoco ha sido de las más críticas con
Putin y, como Orbán, se opone al embargo energético hacia Rusia.
Le Pen ha intentado pasar por
alto –no sin dificultad– sus relaciones con el presidente ruso, que le recibió
calurosamente en el Kremlin durante la campaña electoral del 2017, y el
préstamo de 9 millones de euros que su partido recibió ese mismo año de un
banco ruso (y que el diario crítico Nóvaya Gazeta vinculó a su apoyo a la
anexión rusa de Crimea en el 2014). En el programa presidencial de la líder del
RN para estas elecciones, elaborado antes de que estallara la guerra, proponía
negociar una “alianza” con Moscú en materia
de seguridad en Europa y lucha contra el terrorismo, así como buscar una
“convergencia” de intereses en otras zonas del mundo: del Mediterráneo Oriental
a África, de Oriente Medio a Asia. Paralelamente, defendía la inmediata
retirada de Francia del mando integrado de la OTAN, en aras de su soberanía...
Si por azar, en la segunda vuelta de la elección francesa del 24 de abril, Marine Le Pen alcanzara el Elíseo –improbable, pero no imposible–, el panorama cambiaría radicalmente para Putin. No digamos ya si además Trump acaba volviendo algún día a la Casa Blanca.
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