En los años ochenta,
Khashoggi no se llamaba Jamal, sino Adnan. Hoy todo el mundo habla del
periodista Jamal Khashoggi, malogrado colaborador del Washington Post y voz
crítica –desde el corazón de la clase dirigente saudí– de la deriva del
príncipe heredero, Mohamed bin Salman, y por ello brutalmente asesinado en el
consulado de Arabia Saudí en Estambul por esbirros del régimen. Pero hace
treinta años, quien acaparaba la atención del mundo, quien ocupaba las portadas
de papel couché, se rodeaba de jefes de Estado –fue amigo de Richard Nixon–,
mandatarios, artistas y famosos, y gastaba dinero a espuertas en fastuosas
fiestas, era su tío, Adnan Khashoggi, multimillonario hombre de negocios
fallecido en Londres en el 2017.
En los ochenta, y a rebufo de la familia real saudí, Adnan
Khashoggi, perteneciente a una influyente familia en Riad –su padre había sido
el médico personal del rey Abdulaziz al Saud, el fundador de la dinastía– y
dueño ya en la época de una inmensa fortuna, aterrizó en Marbella. Se hizo
construir una fabulosa y ostentosa mansión en las colinas, Al Baraka, mientras su inmenso yate Nabila,
el más grande del mundo en aquel entonces, yacía amarrado en Puerto Banús (un
buque, por cierto, cedido en 1983 para el rodaje de la película Nunca digas
nunca jamás de la serie de James Bond y que –paradojas de la vida– acabaría
poco después en manos de otro multimillonario norteamericano llamado Donald
Trump...)
Adnan Khashoggi hizo su fortuna actuando como intermediario
–comisionista, “facilitador”... llámesele como se quiera, algunos prefieren
traficante– en negocios muy diversos, pero particularmente en uno: el de las
armas. Él era el encargado de poner en contacto a vendedor y comprador, y a
facilitar el buen desarrollo del negocio –un negocio que habitualmente circula
por canales oscuros–. Uno de sus primeros hechos de armas fue suministrar
material a David Stirling –fundador de la unidad de fuerzas especiales SAS– para afrontar en 1963 la revuelta de los
nacionalistas árabes en la entonces colonia británica de Aden. Lo que hoy es
Yemen... Una nueva paradoja. Entre los principales clientes de Khashoggi
estaban grandes firmas del armamento como
Lockheed Martin o Marconi, y entre sus intervenciones más comprometidas
destaca la del caso Irán-Contra (operación del Gobierno de Estados Unidos para
vender armas bajo mano a Irán, que estaba entonces en guerra contra Irak, y con
los beneficios financiar clandestinamente a la Contra, la guerrilla que
combatía al Frente Sandinista, en el poder en Nicaragua)
En sus últimos años, quizá por mala conciencia –con la edad,
los negociantes de armas y los especuladores financieros se descubren
filántropos–, Khashoggi se dedicó a financiar algunas oenegés, como The
Children for Peace, a cuyo comité internacional pertenecía junto a otras
personalidades como Ivana Trump, ex mujer del actual presidente de Estados
Unidos. Pero siempre fue esencialmente un pragmático, para quien una guerra era
una inmensa oportunidad de hacer negocio.
Adnan Khashoggi, conocedor como pocos de los entresijos más
oscuros del poder, probablemente sonreiría con ironía ante los llamamientos a
aplicar un embargo a la venta de armas a Arabia Saudí que se profieren en todo
el mundo en represalia por el asesinato de su sobrino Jamal. Hay demasiado
dinero en juego, demasiados intereses. No en vano Riad es uno de los mejores
clientes del planeta en el comercio de
la muerte. Y parece difícil que lo que no ha conseguido la sangrienta guerra
del Yemen, que ha causado ya más de 50.000 muertos y en la que Arabia Saudí y
sus socios de la coalición árabe no se han andado con paños calientes, vaya a
lograrlo el caso Khashoggi. Podrá desestabilizar –acaso arruinar la carrera
política– del príncipe heredero. Pero no acabar con los suculentos negocios con
el régimen saudí.
En el 2016, tras varios años de parón, las ventas mundiales
de armamento se dispararon de nuevo y en el 2017 la tendencia se ha mantenido:
el mundo se gastó 1,7 billones de dólares, según datos del Sipri. EE.UU. es el
país que más gasta (610.000 millones), seguido de China (228.000 millones) y de
¡Arabia Saudí! (69.400 millones). Los saudíes
aumentaron el año pasado su gasto de defensa en un 9,2% hasta alcanzar
el 10% de su riqueza nacional (baste recordar cómo los países de la OTAN sufren
para llegar al 2% que les exige Washington para tener una idea de la
proporción) Es un pastel demasiado
goloso...
Los norteamericanos son, de lejos, los principales
proveedores de Riad, con una facturación el año pasado de 6.980 millones de dólares, seguidos por el
Reino Unido (2.029), Francia (291), España (254) e Italia (226). Y ninguno de
ellos está dispuesto a ceder por razones éticas para que otro ocupe su lugar.
Donald Trump lo dejó claro desde el principio y ha subrayado en varias
ocasiones que Arabia Saudí es un socio comercial imprescindible para la
industria militar norteamericana. La británica Theresa May se ha puesto de
perfil; el presidente francés, Emmanuel Macron, ha acusado implícitamente a su
querida Angela Merkel de “demagogia” –la
canciller de Alemania ha sido la única en pedir un embargo de armas europeo–, y
el presidente español, Pedro Sánchez, ha tenido que admitir en el Congreso que
el corazón casa mal con la cartera. El líder
del PSOE ya tuvo que dar marcha atrás en la suspensión de la venta de 400
bombas inteligentes tras la amenaza de Riad de suspender un contrato de cinco
fragatas que se construyen en Cádiz (como también el primer ministro
canadiense, Justin Trudeau, tuvo que desdecirse de la suspensión de la venta de
928 carros blindados ligeros tras comprobar que debería pagar a Riad una
indemnización de casi 1.000 millones de dólares)
Parece harto improbable, pues, a pesar del pronunciamiento
mayoritario del Parlamento Europeo, que vaya a aprobarse embargo alguno. Ni
siquiera Alemania acabará yendo hasta el final. Lo dijo con claridad meridiana
el ministro de Economía, Peter Altmaier: “Sólo si todos los países europeos se
ponen de acuerdo, la medida impresionará a Riad. No habrá ningún efecto positivo si nos
quedamos solos a la hora de parar las exportaciones y otros países tapan el
agujero”. Adnan Khashoggi no podría haber estado más de acuerdo.
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