Dennis Hof, muerto a sus recién cumplidos 72 años tras una
larga –y se supone que agitada– fiesta de cumpleaños en uno de los clubs de su
propiedad, The Love Ranch, en Nevada, era un rendido admirador de Donald Trump.
Tras militar en el movimiento libertario
–en el sentido que este concepto político tiene en Estados Unidos, esto es, una
corriente de derechas que propugna la reducción a la mínima expresión de la
intervención del Estado en la economía y en la vida de las personas–, Hof quedó
encandilado con el triunfo hace dos años del actual inquilino de la Casa Blanca
y se apuntó como tantos otros a la corriente del trumpismo. Hasta lograr
presentarse como candidato del partido republicano en las elecciones
legislativas por el estado de Nevada. Pero Hof no se quedó ahí. Como bien
explicaba en estas páginas la corresponsal de La Vanguardia en Washington,
Beatriz Navarro, el empresario
reconvertido en político llegó a identificarse con su ídolo e incluso tituló un libro autobiográfico inspirándose
en otro del propio Trump: The art of the pimp (El arte del macarra) por The art
of the deal (El arte del trato)
Entre ambos personajes hay no pocas similitudes –su
narcisismo, el gusto por el dinero, un ostensible menosprecio por las mujeres y
una moralidad acomodaticia–, pero sus sectores de negocio eran muy diferentes:
el inmobiliario –fundamentalmente– en el caso de Trump, el de la prostitución
en el de su presunto sosias. Porque Dennis Hof, que se reivindicaba
públicamente como proxeneta, era el propietario de media docena de burdeles en
Nevada, donde este tipo de establecimientos es legal.
Si Dennis Hof ha sido noticia estos días no es, sin embargo,
por sus controvertidos negocios, sino por haber resultado ganador en las
elecciones del 6 de noviembre –¡con el 63% de los votos!– tres semanas después
de haber fallecido. La autoridad electoral adujo que era ya tarde para cambiar
las papeletas y ahora habrá que encontrarle un sustituto. Un problema menor...
El problema mayor es que la elección una vez muerto de Hof,
un hombre cuya vida y moralidad chocaban además abiertamente con los supuestos
principios ideológicos de los conservadores,
demuestra hasta qué punto en estas elecciones lo de menos eran las
personas y sus ideas o principios, sino su alineamiento en uno de los dos
campos en liza. “Esto es el movimiento de Trump –argumentaba el propio Hof
antes de sucumbir a sus excesos–, la gente pone a un lado sus creencias morales
y religiosas por tener a alguien honesto en el cargo”. Que la segunda aserción
sea discutible no invalida la primera... La gente vota incluso en contra de sus
propios intereses, como se ha visto con los productores de soja, los
principales perjudicados por la guerra comercial de Trump con China, que pese a
todo mantienen su fe en el presidente –de eso se trata justamente, de fe– y le
han renovado su apoyo en las urnas. Trump sigue arrastrando y genera tantas
fobias como adhesiones. Es enormemente sintomático que los candidatos
republicanos apoyados por Trump hayan tenido más éxito que quienes se apartaron
del personaje para evitar su toxicidad...
Las elecciones del día 6 han cambiado el panorama político
en Estados Unidos: las fuerzas se han reequilibrado un poco –la presidencia de
Trump estará ahora mucho mas fiscalizada con la nueva mayoría obtenida por los
demócratas en la Cámara de Representantes– y ha emergido una nueva generación
de políticos, con una creciente presencia de mujeres y representantes de las
minorías. La oposición progresista tiene hoy más motivos que hace una semana
para encarar con más confianza la batalla de las presidenciales del 2020, pero
no la tiene ganada. Ni de lejos. El huracán azul –por el color de los
demócratas– se ha quedado en una tormenta tropical y el trumpismo ha resistido
bastante bien.
Lo más significativo, y preocupante, del momento político
actual es la profunda división –política, social y territorial– de Estados
Unidos. Es más evidente que nunca que hay dos Américas que se miran cara a
cara, cada vez más profundamente alejadas. Los resultados del 6-N arrojan
una neta fractura entre hombres y
mujeres, entre mayores y jóvenes, entre blancos y miembros de otras minorías,
entre personas sin formación y con estudios, entre el campo y la ciudad. Los
primeros votaron mayoritariamente por los republicanos, los segundos, por los
demócratas. La tendencia ya se produjo en la elección presidencial del 2016.
Pero ahora se ha agravado. Trump y el nuevo partido republicano que está
modelando a su imagen y semejanza han conseguido aumentar todavía sus apoyos entre los trabajadores blancos,
mientras los demócratas en fase de virar a la izquierda han acentuado su
presencia entre las clases medias de los suburbios con educación universitaria.
El voto es el reflejo de un alejamiento cada vez mayor de las dos mitades de la
población norteamericana respecto a valores y principios: según un estudio del
Pew Research Center, las distancias se han incrementado considerablemente entre
un campo y el otro, desde mediados de los noventa hasta hoy, respecto a asuntos
capitales como la inmigración (42 puntos de diferencia sobre cómo abordar el
problema), la discriminación racial (50 puntos), las ayudas públicas a los más
necesitados (47 puntos) y el talante –pacifista o militarista– de la política
exterior (50 puntos)
En EE.UU. hay dos mundos que conviven en el mismo espacio
pero habitan universos completamente separados. Y nada indica que la brecha
vaya a disminuir. Por el contrario, el viraje populista e identitario de la
derecha no hace más que ahondarla. Basta mirar hacia Europa, a nuestro propio
vecindario, para comprobar que este fenómeno está lejos de representar una
particularidad americana.
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