martes, 16 de octubre de 2018

La amenazadora ‘Estrella de la Muerte’


¿Quién está detrás de las manifestaciones de mujeres en Estados Unidos contra el nuevo juez del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh, acusado de agresión sexual? ¿Quién maniobra contra Donald Trump en la sombra? ¿Quién alentó la campaña de protesta contra el himno de EE.UU. que llevó a cabo el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick por la brutalidad policial contra los negros? ¿Quién movió sus hilos contra el Brexit y promueve ahora un segundo referéndum para que el Reino Unido dé marcha atrás? ¿Quién busca con artimañas llenar Europa de inmigrantes, desde Hungría a Italia? ¿Quién trata de socavar el poder de Vladímir Putin en Rusia? ¿Y  de Viktor Orbán en Hungría? ¿Quién pagó a los manifestantes de este verano contra el Gobierno  de Viorica Dancila en Rumanía? ¿Quién apoyó la revolución de las rosas en Georgia? ¿Quién actuó bajo mano en la revolución del Maidán en Ucrania? ¿Quién activó las redes sociales con fake news y agitadores de todo tipo en favor de la secesión de Catalunya?

La lista de acusaciones  da vértigo. Y la sola idea de que un personaje todopoderoso pudiera actuar en todos estos frentes desde la sombra suscita incredulidad. Sin embargo, las redes sociales van llenas. Y, más llamativo todavía, importantes dirigentes políticos en Europa y en Estados Unidos las avalan (o sugieren) personalmente. Todos los dedos señalan a una persona: el multimillonario norteamericano de origen húngaro George Soros, antiguo buitre de Wall Street reconvertido en filántropo mundial a través de su fundación Open Society. Según este relato, difundido activamente desde la extrema derecha y las corrientes políticas iliberales y autoritarias, Soros sería un híbrido entre el profesor Moriarty, el gran criminal internacional de las novelas de Arthur Conan Doyle, y Ernst Stavro Blofeld, el líder de la siniestra organización Spectre, que Ian Fleming imaginó como un megalómano que ambicionaba dominar el mundo (salvo que ahí estaba James Bond, el agente 007, para impedirlo). O sea, el enemigo público número uno.

La comparación suena a caricatura, pero no lo es más que al apodo que le dedica a Soros el portal norteamericano de extrema derecha Breitbart –fundado por Steve Bannon, el otrora gurú personal de Trump reciclado hoy en profeta de un movimiento ultra europeo a través de The Mouvement–, y que alude al arma definitiva del maligno imperio de La guerra de las galaxias: Death Star, la Estrella de la Muerte...

Naturalmente, George Soros –quien, por otra parte, nunca ha sido una hermanita de la caridad– reúne los elementos necesarios para alimentar toda suerte de tesis conspiracionistas: tiene un pasado oscuro como tiburón de las finanzas, mueve presupuestos milmillonarios, está al frente de una organización tentacular con presencia en 140 países... y es judío.  Un dato, este último, que encuentra notable eco en los países del Este de Europa, donde el antisemitismo aún está fuertemente arraigado.

¿Pero quién es George Soros? Nacido en Budapest en 1930 bajo el nombre de György Schwartz, el futuro magnate y su familia lograron escapar a la persecución nazi cambiando su identidad. En 1947, bajo la ocupación soviética, Soros abandonó Hungría y se trasladó a Londres, estudiando en la London School of Economics, donde tuvo como profesor e inspirador al filósofo Karl Popper (de quien tomaría la idea de la open society, la sociedad abierta, para dar nombre a su fundación). A finales de los 50 emigró de nuevo a Estados Unidos y empezó una carrera ascendente en Wall Street que le llevó a crear en 1970 su propio fondo de inversión, el Soros Fund Management, que sería la base de su fortuna, construida y multiplicada a base de especular en los noventa contra la libra esterlina (en sólo un día de 1992  doblegó al Banco de Inglaterra y ganó 1.000 millones dólares) y contra otras monedas asiáticas.

En 1979 dio un giro a su trayectoria y con el dinero ganado creó la Fundación Open Society, que se estrenó ayudando a la escolarización de los niños negros en la Sudáfrica del apartheid. Muy activa en los países del bloque soviético a partir de los años 80, la fundación de Soros se fijó como objetivo promover la democracia, el libre intercambio de ideas y la defensa de los derechos individuales en todo el mundo, sobre todo a través de la educación: en 1991 fundó en Budapest la Universidad  de Europa Central  (cuya sede ha sido recientemente trasladada a Viena a causa del hostigamiento legal del Gobierno húngaro). El año pasado Soros, que  ya tiene 88 años, transfirió 18.000 millones de dólares (casi la totalidad de su fortuna personal, que  según la revista Forbes ha quedado reducida tras ese traspaso a 8.300 millones) a la fundación para garantizar su futuro.

El ruso Vladímir Putin fue uno de los primeros en actuar contra el proselitismo liberal de Soros. Tras aprobar en el Senado una ley de Organizaciones Indeseables Extranjeras, en el 2015 la fiscalía instó la prohibición de toda actividad de la fundación Open Society y sus filiales en Rusia por considerarla una “amenaza para los fundamentos del sistema constitucional de Rusia y para la seguridad del Estado”. Pero sin duda el más beligerante ha sido el primer ministro húngaro, el nacionalista Viktor Orbán (quien curiosamente estudió en el extranjero gracias a una beca de la fundación Soros), que también ha llevado su batalla al terreno legal. No sólo ha aprobado un cambio legislativo que pone trabas a la acción de su Universidad, sino que este verano dio luz verde a la denominada ley Stop Soros, que criminaliza a toda oenegé que ayude a los inmigrantes (lo cual le ha valido que Bruselas le haya abierto un expediente). Orbán acusa a Soros de pretender abrir las fronteras europeas a la inmigración masiva, una idea retomada ahora por el ministro italiano del Interior y líder de la ultraderechista Liga, Matteo Salvini: “Soros quiere llenar Italia y Europa con migrantes porque les gustan los esclavos”.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido el último en subirse al carro y hace una semana, retomando las informaciones de Breitbart, acusó a las mujeres que se manifestaban frente al Capitolio de Washington contra la nominación del juez Kavanugh de ser “profesionales pagadas por Soros”.

Se dirá, no sin razón, que la injerencia directa o indirecta de las organizaciones de Soros en la política interna de algunos países –él mismo reconoció en su día haber apoyado a Saakashvili en Georgia, lo que consideró después un “error”– pone sobre la mesa una delicada cuestión de legitimidad. A fin de cuentas, a Soros nadie lo ha elegido y no responde ante nadie. Aunque la identidad de sus críticos –Putin, Orbán, Salvini, Trump– es aún más inquietante.


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