¿Quién está detrás de las manifestaciones de mujeres en
Estados Unidos contra el nuevo juez del Tribunal Supremo, Brett Kavanaugh,
acusado de agresión sexual? ¿Quién maniobra contra Donald Trump en la sombra?
¿Quién alentó la campaña de protesta contra el himno de EE.UU. que llevó a cabo
el jugador de fútbol americano Colin Kaepernick por la brutalidad policial
contra los negros? ¿Quién movió sus hilos contra el Brexit y promueve ahora un
segundo referéndum para que el Reino Unido dé marcha atrás? ¿Quién busca con
artimañas llenar Europa de inmigrantes, desde Hungría a Italia? ¿Quién trata de
socavar el poder de Vladímir Putin en Rusia? ¿Y
de Viktor Orbán en Hungría? ¿Quién pagó a los manifestantes de este
verano contra el Gobierno de Viorica
Dancila en Rumanía? ¿Quién apoyó la revolución de las rosas en Georgia? ¿Quién
actuó bajo mano en la revolución del Maidán en Ucrania? ¿Quién activó las redes
sociales con fake news y agitadores de todo tipo en favor de la secesión de
Catalunya?
La lista de acusaciones
da vértigo. Y la sola idea de que un personaje todopoderoso pudiera
actuar en todos estos frentes desde la sombra suscita incredulidad. Sin
embargo, las redes sociales van llenas. Y, más llamativo todavía, importantes
dirigentes políticos en Europa y en Estados Unidos las avalan (o sugieren)
personalmente. Todos los dedos señalan a una persona: el multimillonario
norteamericano de origen húngaro George Soros, antiguo buitre de Wall Street
reconvertido en filántropo mundial a través de su fundación Open Society. Según
este relato, difundido activamente desde la extrema derecha y las corrientes
políticas iliberales y autoritarias, Soros sería un híbrido entre el profesor
Moriarty, el gran criminal internacional de las novelas de Arthur Conan Doyle,
y Ernst Stavro Blofeld, el líder de la siniestra organización Spectre, que Ian
Fleming imaginó como un megalómano que ambicionaba dominar el mundo (salvo que
ahí estaba James Bond, el agente 007, para impedirlo). O sea, el enemigo
público número uno.
La comparación suena a caricatura, pero no lo es más que al
apodo que le dedica a Soros el portal norteamericano de extrema derecha
Breitbart –fundado por Steve Bannon, el otrora gurú personal de Trump reciclado
hoy en profeta de un movimiento ultra europeo a través de The Mouvement–, y que
alude al arma definitiva del maligno imperio de La guerra de las galaxias:
Death Star, la Estrella de la Muerte...
Naturalmente, George Soros –quien, por otra parte, nunca ha
sido una hermanita de la caridad– reúne los elementos necesarios para alimentar
toda suerte de tesis conspiracionistas: tiene un pasado oscuro como tiburón de
las finanzas, mueve presupuestos milmillonarios, está al frente de una organización
tentacular con presencia en 140 países... y es judío. Un dato, este último, que encuentra notable
eco en los países del Este de Europa, donde el antisemitismo aún está
fuertemente arraigado.
¿Pero quién es George Soros? Nacido en Budapest en 1930 bajo
el nombre de György Schwartz, el futuro magnate y su familia lograron escapar a
la persecución nazi cambiando su identidad. En 1947, bajo la ocupación
soviética, Soros abandonó Hungría y se trasladó a Londres, estudiando en la
London School of Economics, donde tuvo como profesor e inspirador al filósofo
Karl Popper (de quien tomaría la idea de la open society, la sociedad abierta,
para dar nombre a su fundación). A finales de los 50 emigró de nuevo a Estados
Unidos y empezó una carrera ascendente en Wall Street que le llevó a crear en
1970 su propio fondo de inversión, el Soros Fund Management, que sería la base
de su fortuna, construida y multiplicada a base de especular en los noventa
contra la libra esterlina (en sólo un día de 1992 doblegó al Banco de Inglaterra y ganó 1.000
millones dólares) y contra otras monedas asiáticas.
En 1979 dio un giro a su trayectoria y con el dinero ganado
creó la Fundación Open Society, que se estrenó ayudando a la escolarización de
los niños negros en la Sudáfrica del apartheid. Muy activa en los países del
bloque soviético a partir de los años 80, la fundación de Soros se fijó como
objetivo promover la democracia, el libre intercambio de ideas y la defensa de
los derechos individuales en todo el mundo, sobre todo a través de la
educación: en 1991 fundó en Budapest la Universidad de Europa Central (cuya sede ha sido recientemente trasladada a
Viena a causa del hostigamiento legal del Gobierno húngaro). El año pasado
Soros, que ya tiene 88 años, transfirió
18.000 millones de dólares (casi la totalidad de su fortuna personal, que según la revista Forbes ha quedado reducida
tras ese traspaso a 8.300 millones) a la fundación para garantizar su futuro.
El ruso Vladímir Putin fue uno de los primeros en actuar
contra el proselitismo liberal de Soros. Tras aprobar en el Senado una ley de
Organizaciones Indeseables Extranjeras, en el 2015 la fiscalía instó la
prohibición de toda actividad de la fundación Open Society y sus filiales en
Rusia por considerarla una “amenaza para los fundamentos del sistema
constitucional de Rusia y para la seguridad del Estado”. Pero sin duda el más
beligerante ha sido el primer ministro húngaro, el nacionalista Viktor Orbán
(quien curiosamente estudió en el extranjero gracias a una beca de la fundación
Soros), que también ha llevado su batalla al terreno legal. No sólo ha aprobado
un cambio legislativo que pone trabas a la acción de su Universidad, sino que
este verano dio luz verde a la denominada ley Stop Soros, que criminaliza a
toda oenegé que ayude a los inmigrantes (lo cual le ha valido que Bruselas le
haya abierto un expediente). Orbán acusa a Soros de pretender abrir las
fronteras europeas a la inmigración masiva, una idea retomada ahora por el
ministro italiano del Interior y líder de la ultraderechista Liga, Matteo
Salvini: “Soros quiere llenar Italia y Europa con migrantes porque les gustan
los esclavos”.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha sido el
último en subirse al carro y hace una semana, retomando las informaciones de
Breitbart, acusó a las mujeres que se manifestaban frente al Capitolio de
Washington contra la nominación del juez Kavanugh de ser “profesionales pagadas
por Soros”.
Se dirá, no sin razón, que la injerencia directa o indirecta
de las organizaciones de Soros en la política interna de algunos países –él
mismo reconoció en su día haber apoyado a Saakashvili en Georgia, lo que
consideró después un “error”– pone sobre la mesa una delicada cuestión de
legitimidad. A fin de cuentas, a Soros nadie lo ha elegido y no responde ante
nadie. Aunque la identidad de sus críticos –Putin, Orbán, Salvini, Trump– es
aún más inquietante.
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