domingo, 7 de abril de 2024

Quítate tú, que me pongo yo


@Lluis_Uria

Vladímir Putin tenía de qué regocijarse el sábado 16 de marzo. Y no solo porque estaba a punto de renovar por enésima vez su mandato como presidente de Rusia en las elecciones del día siguiente. Un mero trámite... Muertos, encarcelados, silenciados o en el exilio los potenciales opositores, con todos los resortes del poder puestos a su servicio, su victoria estaba atada. No, ese sábado Putin tenía otro motivo de satisfacción. La junta militar de Níger, que en diciembre había acordado reforzar la cooperación militar con Moscú –en una visita del viceministro de Defensa ruso, Yunús-bek Yevkúrov, a Niamey–, anunció su decisión de revocar el acuerdo de defensa con Estados Unidos y echar a los 1.000 soldados norteamericanos estacionados en el país. Una nueva pieza iba a caer en el tablero de África Occidental.

Los estadounidenses, que desde su base aérea de Agadez –con una importante dotación de drones– vigilan y combaten a los grupos terroristas del Sahel, seguirán así el camino de los franceses, cuyo último soldado abandonó Níger el pasado mes de diciembre, forzados por la misma junta golpista a retirar a los 1.500 militares que tenían desplegados en la lucha contra los yihadistas. La retirada occidental  deja el camino libre y expedito a Rusia, que poco a poco, país a país, se ha ido introduciendo en la región.

La guerra civil de Libia, primero, y la derrota del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, después, han convertido el Sahel –la vasta zona semidesértica que se extiende al sur del Sáhara– en el más peligroso foco del terrorismo mundial, donde operan grupos afiliados al EI y a Al Qaeda.

Esta efervescencia puso ya en el 2012 al borde del colapso al gobierno de Mali, acosado por el avance de los grupos armados  islamistas, que solo frenó la intervención militar de Francia en el 2013. Los franceses llegaron a tener desplegados unos 5.000 soldados en la zona, reforzados por unos 800 militares de la fuerza de apoyo europea Takuba y otros 500 dedicados a la formación y entrenamiento del ejército maliense dentro de la operación comunitaria EUTM (en la que participa España). Pero todo eso fue insuficiente para acabar con el problema. El Sahel se estaba convirtiendo en otro Afganistán.

Las tornas empezaron a cambiar en el 2021, cuando un golpe de Estado en Mali  instaló al frente del país a una junta militar. Al año siguiente, el gobierno golpista forzó a Francia a retirar sus tropas y disolver la fuerza de apoyo Takuba, mientras milicias rusas tomaban el relevo. La operación EUTM, por su parte, de la que quedan menos de 200 efectivos  en Bamako, está a punto de ser también liquidada.

Pero las cosas no acabaron aquí. El golpe de Mali  generó un efecto dominó que siguió en Burkina Faso (2022) y Níger (2023). Ambos países, siguiendo el mismo camino, ordenaron a su vez la expulsión de las tropas francesas, extendiendo de paso un fuerte sentimiento antifrancés en la región. Los nuevos poderes militares agitaban con una mano el resentimiento hacia la antigua metrópoli colonial mientras, con la otra, estrechaban sus vínculos con Moscú. Durante un tiempo, Washington quiso creer que Francia estaba pagando exclusivamente sus errores históricos con sus antiguas colonias de África Occidental y que EE.UU. –pese a haber cortado todas las ayudas a Níger como represalia por el golpe– podría quedar al margen del tsunami. Pero no ha sido así.

Habrá que ver cuándo y cómo se materializará la salida de las tropas norteamericanas de Níger –que constituyen el grueso de los efectivos del Africa Command del ejército de EE.UU.–, pero su expulsión, además del militar, tendrá un efecto político. Como subrayaba en The New York Times un antiguo enviado especial de Washington en el Sahel, J. Peter Pham, “las consecuencias potenciales van más allá del daño no insignificante a los esfuerzos antiterroristas y de inteligencia que implica la pérdida de acceso a las bases en Níger, sino al daño más amplio a la posición de EE.UU. en el continente”.

Una posición que va camino de ocupar  en parte Rusia. Los tres países concernidos –Mali, Burkina Faso y Níger– se han desvinculado de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) y han oficializado un acuerdo trilateral que pivota sobre un refuerzo de los lazos con Moscú.

En la Rusia de Putin estos países han encontrado un aliado pragmático y sin escrúpulos, dispuesto a prestar ayuda militar y económica sin condiciones políticas, aunque sí a cambio de jugosos acuerdos comerciales y acceso a los recursos mineros. Especial importancia cobran aquí los yacimientos de uranio de Níger, que los estadounidenses temen que queden ahora al alcance a Irán...

En plena crisis mundial de suministros a causa de la guerra de Ucrania, los rusos entregaron gratuitamente a sus aliados africanos trigo, fertilizantes y combustible. Y en apoyo a la lucha contra el yihadismo han enviado tropas irregulares, encuadradas inicialmente en el Grupo Wagner y, tras la disolución de este –a causa de la rebelión y muerte de su fundador, Yevgueni Prigozhin, en 2023–, en un nuevo dispositivo bautizado Africa Corps.

Si la efectividad occidental contra el yihadismo es cuestionable, la de los rusos no parece mejor. En el 2023, según el informe del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo, Burkina Faso y Mali encabezaron la lista de países en cantidad de atentados terroristas (666 y 413) y en número de víctimas (2.916 y 1.739), y Níger fue el séptimo (125 y 505). Entre los tres suman mas de la mitad de los muertos en todo el mundo. Los actores están cambiando, pero el Sahel sigue ardiendo.


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