jueves, 11 de abril de 2024

Esperando al ‘primo de Zumosol’


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@Lluis_Uria

En la primera mitad de los años 90 triunfó en España una campaña publicitaria de zumos de frutas donde aparecía un fornido joven que auxiliaba, tan solo con mostrar sus músculos mientras bebía un energético zumo, a un niño víctima de bullying. Había nacido el primo de Zumosol. La campaña dejó de difundirse en 1994, pero la expresión para designar al fuerte que socorre al débil arraigó y sobrevivió en el lenguaje popular (e incluso llegó al político). Estados Unidos es el primo de Zumosol de Europa desde 1917, cuando declaró la guerra a Alemania y envió a sus primeros soldados al continente. Lo fue, de forma decisiva, en la Segunda Guerra Mundial y, después, durante la guerra fría. Lo sigue siendo hoy: Washington mantiene a 100.000 soldados norteamericanos en suelo europeo, además de armas nucleares tácticas estacionadas en Alemania, Bélgica, Italia, Países Bajos y Turquía. Pero ¿lo seguirá siendo en el futuro?

La pregunta, que inquieta de forma creciente a los dirigentes europeos, no es superflua. Porque la respuesta ha dejado de ser obvia. Que Estados Unidos pueda no ya abandonar pero sí desentenderse progresivamente de la alianza con Europa que él mismo impulsó  bajo la presidencia de Harry Truman en 1949 -y que hoy, tras sucesivas ampliaciones, reúne a 32 países- no es en absoluto inimaginable. ¿Cómo, si no, entender la advertencia lanzada el jueves en Bruselas por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en el mismo día en que la organización conmemoraba –sin fastos- sus 75 años de vida?

“No creo en Estados Unidos solo –declaró el máximo dirigente de la Alianza Atlántica-, igual que no creo en una Europa sola. Creo en Estados Unidos y Europa juntos en la OTAN, porque juntos somos más fuertes y estamos más seguros”. ¿Hacía falta recordarlo? ¿Hacía falta insistir en ello cuando el enemigo histórico, Rusia –ya exsoviética pero igualmente autocrática-, ha atentado contra la paz en Europa desatando la guerra contra Ucrania? ¿Cuando amenaza con la guerra nuclear? Por lo visto, sí.

Hay una fecha que puede hacer bascular las cosas: el próximo 5 de noviembre el expresidente Donald Trump podría ser reelegido para un segundo mandato. El candidato republicano ya demostró ostensiblemente durante su primera etapa en la Casa Blanca (2017-2021) su desprecio hacia la OTAN y sus aliados europeos. Y sus declaraciones recientes al respecto –con el matiz de que fueron pronunciadas en un mitin electoral- son del mismo tenor, si no más inquietantes: el pasado mes de febrero dio a entender que EE.UU. se desentendería de socorrer a aquellos países europeos que gastan poco en defensa en caso de un ataque de Rusia, lo que vendría a convertir en papel mojado la cláusula de defensa colectiva recogida en el artículo 5 del tratado de Washington.

No se trata únicamente de una más entre las bravatas a las que nos tiene acostumbrado el magnate -y golpista vocacional- neoyorquino. Responde a una corriente de fondo en ciertos sectores del Partido Republicano. Algunos think tanks ultraconservadores, como el Center for Renewing America, abogan por una política de cierta desconexión. “Con los desafíos de una China en ascenso y una amenaza rusa disminuida para Europa, ya es hora de que Estados Unidos se aleje del continente como prioridad de seguridad nacional”, escribía en uno de los últimos artículos dedicados a la cuestión uno de sus miembros, Sumantra Maitra, para quien el “compromiso excesivo” de EE.UU. con la OTAN tiene que ver más con la ideología que con los intereses del país. James Jay Carafano, de The Heritage Foundation, sostiene algo similar cuando defiende que una OTAN más fuerte –por su componente europea- “permitiría a Estados Unidos centrar su atención en lo que debería ser su máxima prioridad: disuadir a China en el Indo-Pacífico”.

Esta es la melodía de fondo que acompaña el posible retorno de Trump a la Casa Blanca. Y que, de hecho, no es más que la evolución –radical- de una línea iniciada ya en la época de Barack Obama, cuando decidió hacer pivotar la atención estratégica de EE.UU. hacia el Pacífico hace ya más de una década. “Ahora, con el ascenso de China y el comienzo de un cambio generacional en el liderazgo en Washington, es poco probable que Estados Unidos proporcione el nivel de apoyo que Europa necesita. No importa quién se siente en la Casa Blanca, es casi seguro que el compromiso de EE.UU. con la OTAN se debilitará en los próximos años”, vaticinaba días atrás en Foreign affairs el politólogo Max Bergmann, del Center for Strategic and International Studies.

 Una muestra práctica de lo que este nuevo equilibrio podría significar puede observarse en el contencioso sobre la ayuda militar a Ucrania, de la que hasta ahora EE.UU. ha sido el principal valedor. Desde diciembre, los republicanos mantienen bloqueada en el Congreso una ayuda de 60.000 millones de dólares a Kyiv, lo que deja a Europa prácticamente sola frente al envite de sostener la resistencia ucraniana. El secretario de Estado de EE.UU., Anthony Blinken, vino a reconocerlo implícitamente esta semana en Bruselas cuando instó a los europeos a reforzar su industria de defensa con el fin de poder responder a las demandas –de municiones y armas- de Ucrania. En su reunión de esta semana, los ministros de Exteriores de la OTAN acordaron poner en marcha un fondo de 100.000 millones de euros para blindar la ayuda militar a Kyiv. Lo que dista mucho de estar claro, sin embargo, es cuándo, cómo y quién lo pagará.

Parece cada vez más evidente, en cualquier caso, que Europa deberá asumir un mayor protagonismo en su propia defensa, algo en lo que Francia –siempre tan gaullísticamente despegada de Washington- viene años insistiendo. La Unión Europea cuenta desde hace un cuarto de siglo con una Política de Seguridad y Defensa Común (PSDC), que se ha traducido en una cuarentena de operaciones en el exterior –de los Balcanes al mar Rojo-, y en el 2018 –a iniciativa de París- se lanzó al margen de las instancias comunitarias la Iniciativa Europea de Intervención (IEI), sobre la base de la voluntariedad, cuya primera y única misión hasta ahora fue el apoyo a las fuerzas francesas en Mali en la lucha contra el yihadismo. Como un brazo de la política exterior.

Más allá de esto, la conciencia de que Europa debe reforzar y estrechar la cooperación militar entre sus miembros –incluyendo aquí el desarrollo y adquisición de nuevo armamento- para robustecer su propia defensa está cada vez más extendida. Señal de los nuevos tiempos, la actual presidenta de la Comisión Europea y candidata a la reelección por el PPE, Ursula von der Leyen, ha propuesto visualizar este compromiso con la creación en Bruselas de una nueva Comisaría de Defensa… Pero nada de todo esto tiene vocación –ni es suficiente- para reemplazar a la OTAN como garante de la seguridad de Europa. Aunque, eso sí, la Alianza deberá tener cada vez más acento europeo.


Trenes en disputa. Sabido es que Francia es muy celosa de lo suyo. La llegada de trenes extranjeros a París no es algo que le llene de gozo. Lo sabe perfectamente Renfe, que mientras duró su alianza con la SNCF para unir Barcelona y Madrid con París, los trenes franceses llegaban –y siguen llegando- a España sin problemas, mientras que los españoles no podían –y siguen sin poder- llegar a la capital francesa. Siempre por razones técnicas, claro. En cambio, la presencia de la SNCF en España, a través de la compañía de bajo coste Ouigo, va al alza (y no sin problemas, a causa de su agresiva política de precios). No sólo el AVE español no llega a París, sino que el proyecto de trenes nocturnos también está bloqueado. Las diferencias entre España y Francia por las trabas francesas a la liberalización ferroviaria fueron objeto de la reunión que mantuvieron el jueves en Bruselas los ministros Óscar Puente y Patrice Vergriete. El encuentro fue, aparentemente, positivo. Habrá que ver cómo se traduce en la práctica.

Ayudas desviadas. La policía italiana, en una investigación dirigida por la Fiscalía europea, detuvo el jueves a 22 personas a las que se acusa de haber defraudado 600 millones de euros al desviar fondos europeos destinados a combatir la crisis económica causada por la pandemia de covid. Al parecer, la trama empezó a pedir subvenciones comunitarias entre 2021 y 2023 con el objetivo formal de promover la digitalización y competitividad de pequeñas y medianas empresas, utilizando para ello sociedades pantallas sin actividad empresarial alguna. Los fondos eran, en realidad. desviados a cuentas bancarias abiertas en Austria, Eslovaquia y Rumanía.

Ulster movedizo. La tranquilidad ha durado poco en Irlanda del Norte. Dos meses después de que los unionistas abandonaran su boicot al Parlamento autónomo de Stormont –que mantuvieron paralizado dos años en desacuerdo por las condiciones del Brexit- y permitieran, por primera vez, la elección de una ministra principal republicana, Michelle O’Neill, del Sinn Féin -otrora brazo político del IRA-, un nuevo suceso podría dejarlo todo de nuevo en el aire. La detención -acusado de violación- y posterior dimisión del líder unionista, Jeffrey Donaldson, abre el camino a la elección de un nuevo líder en el DUP, donde no todos están por la conciliación.


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