lunes, 31 de octubre de 2022

El partido caníbal

@Lluis_Uria

No, el problema no era Liz Truss. Tampoco Boris Johnson. Ni Theresa May. Ni David Cameron. Eran todos ellos a la vez. Cuando los cuatro últimos primeros ministros conservadores del Reino Unido, desde el 2010 hasta nuestros días, se revelan un fiasco semejante es evidente que el problema no es personal, ni individual. Es el resultado de un sistema, el producto de un partido gangrenado por las luchas intestinas por el poder, y minado por la inconsistencia y la mediocridad políticas. No son ni Truss, ni Johnson, ni May, ni Cameron el problema. Son los tories colectivamente. 

¿En qué momento el partido de Churchill y Thatcher empezó su descenso a los abismos? Quizá fue justo el instante en que decidió sacrificar salvajemente a la antigua Dama de Hierro. Recordémoslo: sucedió en el otoño de 1990, las encuestas iban mal para los conservadores y la premier, tras once años en el número 10 de Downing Street, presentaba ya un serio desgaste político. Así que decidieron quitársela de en medio. La leyenda, hoy reivindicada por la fugaz Lizz Truss, entonces ya molestaba.

La acción desencadenante de las hostilidades fue la dimisión del viceprimer ministro Geoffrey Howe, un modus operandi que ha acabado integrando la liturgia caníbal del partido tory. Thatcher no sobrevivió más de 27 días a este desafío antes de presentar su renuncia. Los conservadores británicos probaron la sangre y les gustó. Y así les ha ido… Hasta acabar, estos últimos seis años, entregándose a una orgía desenfrenada de antropofagia.

Tras Margaret Thatcher, el periodo de John Major, no exento de convulsiones internas, fue el acto final de un proceso de decadencia que inauguraría, con la elección de Tony Blair –y después de su sucesor, Gordon Brown-, un periodo de 13 años de dominio laborista, el paréntesis más largo para los tories desde la Segunda Guerra Mundial.

El retorno de los conservadores al poder en el 2010 con David Cameron debía ser el inicio de la redención. Pero en realidad abrió las puertas del purgatorio. El nuevo primer ministro pasará a la historia del Reino Unido como el responsable -sin pretenderlo- de la traumática salida británica de la Unión Europea. El referéndum del Brexit celebrado en el 2016, una burda y arriesgada añagaza de Cameron para tratar de reforzar su poder dentro del partido -¡una vez más!- y contrarrestar al ascenso de los nacionalistas del UKIP, se saldó con un estrepitoso fracaso. La victoria de los brexiters (por 51,95% contra 48,1%) abrió una grave fractura en la sociedad británica e inició un periodo de inestabilidad política y económica que está lejos de haberse cerrado.

La consulta acabó, por descontado, con la carrera política de Cameron. Y ha acabado marcando también la de sus zarandeados sucesores, víctimas propiciatorias –cada vez con más celeridad- del fuego amigo. El espectáculo ofrecido por la política británica en los últimos seis años a manos de Theresa May, Boris Johnson, Lizz Truss y sus camaradas de partido recuerda vivamente el de las peripecias cómico-taurinas de La Banda del Empastre o el Bombero torero, que durante siete décadas recorrieron las plazas de España con sus bufonadas. Sería risible, si no fuera tan serio. 

Durante este tiempo, el partido conservador británico se ha entregado a una deriva nacionalista inquietante, ha desorientado a su electorado natural dando continuos bandazos ideológicos –ora fingidamente keynesiano, ora neoliberal thatcherista-, ha abusado de la demagogia –si no de la mentira- y mostrado una frivolidad espeluznante. En su carrera hacia ninguna parte ha acabado logrando que los mercados financieros y hasta el mismísimo FMI le obligaran a corregir de arriba abajo su política económica.

El declive de los tories no deja de ser un reflejo del propio declive del Reino Unido, sin norte desde su abrupta salida de Europa. Las crisis consecutivas de la pandemia de covid y la guerra de Ucrania han podido enmascarar un tanto la realidad. Pero lo cierto es que el Brexit, lejos de ser la llave de un futuro próspero y radiante, se ha convertido en una losa. Estudios e informes recientes del think tank The Resolution Foundation, vinculado a la London School of Economics, el Centre for European Reform (CER) o la propia Oficina de Responsabilidad Presupuestaria -un organismo gubernamental- apuntan que la salida del mercado único europeo ha provocado ya, y va a seguir provocando, una pérdida de la productividad y la competitividad británicas, un descenso de las inversiones y del comercio exterior, y un menor crecimiento del PIB.

El partido que prometió el oro y el moro, el causante del desastre, el mismo del que han salido los calamitosos últimos primeros ministros va a elegir en los próximos días un nuevo líder y jefe de Gobierno. Confiar en que vaya a enderezar el rumbo o llegue vivo a las elecciones del 2025 sería sin duda mucho creer.

 

 

 

 

 

 

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