@Lluis_Uria
Shanghai vuelve a respirar. Tras más de dos meses encerrados en sus hogares, con las calles cortadas y vallas frente a los edificios para impedir toda entrada o salida, la mayor parte de los 25 millones de habitantes de la gran megalópolis china pueden desde el miércoles volver a hacer vida casi normal. Hasta nueva orden ¿La causa? La política china de tolerancia cero en la lucha contra la covid.
Mientras la mayoría del mundo
ha aceptado convivir con el virus, aprovechando la menor gravedad de la cepa
dominante (ómicron), Pekín se mantiene empecinada en erradicar la enfermedad, a
pesar de las críticas de los propios epidemiólogos de la OMS. Unas pocas
decenas de casos bastan para confinar a miles, e incluso millones, de personas
en sus domicilios y a los trabajadores de sectores esenciales en sus centros de
trabajo. Los infectados, aún con síntomas leves, son internados manu militari
en centros de cuarentena.
La política de “cero covid”
no sólo tiene un fuerte impacto social y psicológico entre la población –con
esporádicos episodios de descontento, acallados por la censura–, sino que está
dañando a la economía china. Ha sido así en el caso de Shanghai, epicentro
financiero y comercial de China por cuyo puerto –que ha funcionado muy por
debajo de su capacidad– pasan el 27% de sus exportaciones. Pero no únicamente.
A mediados de mayo, una cuarentena de ciudades chinas –unos 290 millones de
personas, un tercio del PIB nacional–
estaban total o parcialmente confinadas.
No es difícil imaginar el
resultado de esta parálisis en la economía. Los intercambios comerciales con el
resto del mundo han caído a los niveles de lo más duro de la pandemia (finales
del año 2020), con los consecuentes efectos negativos en las cadenas de
suministro mundiales. Los analistas financieros occidentales creen imposible
que China cumpla el objetivo de crecimiento fijado por el Gobierno para este
año (un 5,5%) y algunos, como un informe de Bloomberg Economics, calculan que
se quedará en un pelado 2%. Si fuera así, sería la primera vez desde 1976 que
China crece por debajo de Estados Unidos (cuya previsión es del 2,8%)
Hay quien cree incluso que, a
la vista de los factores estructurales de la economía china, este débil de
crecimiento (en torno al 2%-3%) va a seguir en las próximas tres décadas.
“China acabará convirtiéndose igualmente en la mayor economía del mundo, pero
nunca aventajará significativamente a EE.UU.”, concluye un reciente estudio del
australiano Lowy Institute.
La situación económica sin
duda habrá pesado en la decisión de liberar Shanghai. Pero no es la causa
fundamental. Si las vallas han sido retiradas, es porque la incidencia del
virus ha caído muy significativamente. Si en algún momento se vuelve a
descontrolar, se volverá a aplicar la misma receta... El presidente chino, Xi
Jinping, insistió en defender la política de “cero covid” en una reciente
reunión del comité permanente del
Politburó del Partido Comunista Chino, donde exhortó a combatir todo intento de
“distorsionar, cuestionar o retar” la política oficial. Los débiles índices de
vacunación y la endeblez del sistema sanitario en las zonas rurales explican en
buena parte esta rigidez.
Pero hay quienes, desde el
exterior, la atribuyen también a la proximidad del 20.º congreso del PCCh, que se celebrará en otoño. Con un poder
omnímodo no igualado en China desde los tiempos de Mao, con su pensamiento
político inscrito en la Constitución y enseñado en las escuelas, rodeado de una
aureola de infalibilidad casi papal, Xi Jinping aspira a consolidar su poder
renovando su cargo para un tercer mandato. Y no quiere que nada interfiera en
el rumbo marcado.
La nueva ola de covid es una
piedra en el camino. Pero no la única. La guerra desatada por Rusia en Ucrania
no ha podido ser, en este sentido, más inconveniente. No sólo ha puesto patas
arriba la recuperación económica mundial, disparando los precios de la energía
y de los alimentos, sino que ha colocado a Pekín en una situación muy incómoda
que sin duda hubiera preferido ahorrarse.
Formalmente, China se ha
aferrado a su alianza estratégica con Rusia –una “amistad sin límites”
reafirmada en la cumbre de Pekín entre Xi y Vladímir Putin poco antes de la
guerra– y repite con cadencia monocorde la tesis rusa de la responsabilidad de
EE.UU. y la OTAN en el conflicto. Pero, en la práctica, la cooperación
económica y militar con Moscú está lejos de responder a estas expectativas,
aunque sólo sea por evitar las sanciones con que le amenaza Washington, y que
podrían poner a su economía en gravísimas dificultades. China no puede dejar
que Rusia pierda su pulso con Occidente, pero el aventurerismo de Putin en
Ucrania le complica las cosas.
Y como hay veces en que
parece que todo lo que puede ir mal, va mal, China ha sufrido esta semana un
serio tropiezo diplomático al ver rechazada por
una decena de pequeñas naciones insulares del Pacífico Sur su propuesta
de suscribir un amplio pacto comercial y de seguridad. La iniciativa –ahora
frustrada– pretendía ampliar la esfera de influencia china en una zona hasta el
momento dominada por Australia y sus aliados, y colocar una pieza más en el
tablero para contrarrestar la presencia norteamericana en la región. Mala
noticia para Pekín en un momento en que Washington aprieta fuerte con el
impulso del foro Quad –con India, Australia y Japón– y la defensa de Taiwán.
Un proverbio chino recuerda que nadie está libre de contratiempos y errores, ni siquiera los más poderosos: “Hay momentos –dice– en que hasta el tigre dormita”. Habrá que ver cómo despierta.
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