@Lluis_Uria
Supervivencia, es la palabra. Boris Johnson ha sobrevivido esta noche al voto de censura de su propio partido. Pero su victoria, por 211 votos a 148, frente a los tories que querían echarle del número 10 de Downing Street es demasiado estrecha como para que el primer ministro británico pueda consolidar su posición. No digamos ya reforzarla. Antes al contrario, sale enormemente debilitado. Que 148 parlamentarios de su propio partido (el 42%) piensen que le ha llegado la hora de renunciar da la medida de la amplitud del descontento y de la contestación interna. Johnson ha conseguido mantenerse en el cargo, teóricamente un año más –durante ese tiempo no puede presentarse contra él una nueva moción de censura-, pero no es más que una prórroga.
Theresa
May, su antecesora en el cargo, también sobrevivió en diciembre del
Boris Johnson no está mejor. Ni mucho menos. El escándalo del partygate es sólo la guinda del pastel. El primer ministro británico ha mostrado aquí su doblez y su desparpajo en la mentira, pero no es algo que no se conociera. Un rasgo de carácter que había pulido en sus tiempos de corresponsal europeo del Daily Telegraph y que explotó con gran profesionalidad y éxito en el referéndum para la salida de la Unión Europea.
Es cierto
que el partygate ha sido un golpe pata su imagen. Pero no es el único factor, y
probablemente tampoco el más importante. La situación económica, con una
inflación galopante y una muy acusada pérdida de poder adquisitivo, lastran
también su credibilidad. Su nivel de popularidad ha caído al 26% y los sondeos
indican que los conservadores estarían perdiendo a marchas forzadas el voto
obrero y popular que hizo triunfar al Brexit y dio a los tories la mayoría
absoluta en el 2019. Su partido podía perdonar a Johnson su indisciplina, sus
payasadas e incluso su heterodoxia económica, siempre que ganara elecciones.
Pero su estrella palidece. Y le han marcado ya el camino de salida.
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