Lo peor no es ineluctable. El riesgo de que Francia se fuera a dormir anoche con los colores de la extrema derecha finalmente no se ha producido. El presidente francés y candidato a la reelección, Emmanuel Macron, se impuso a la líder del Reagrupamiento Nacional (RN), Marine Le Pen, en la segunda vuelta por un resultado claro e indiscutible: 58,2% a 41,8%, según los datos provisionales de los sondeos dados a conocer al cierre de los colegios electorales. Es una diferencia clara, que no admite ninguna duda razonable sobre el resultado definitivo del escrutinio.
Macron ha
ganado, y Francia –al menos una parte de ella– respira aliviada. También el
resto de Europa. El programa político de Marine Le Pen es una amenaza directa a
los fundamentos de la Unión Europea tal cual está concebida y su victoria
hubiera gripado el motor francoalemán que la mueve.
Macron ha
ganado. Pero el resultado arroja señales alarmantes. Nunca la extrema derecha
había obtenido un respaldo electoral tan elevado en Francia. Nunca esta
diferencia en una elección presidencial se había visto tan recortada (hasta
ahora el margen más estrecho, también entre Macron y Le Pen, se produjo en el
2017, con una diferencia de 66,1% a 33,9%). El radicalismo avanza en Francia, y
no está claro que haya alcanzado su techo electoral.
Durante la
campaña electoral, Marine Le Pen había amagado con retirarse si volvía a
fracasar en su intento de alcanzar el Elíseo. Pero su derrota no ha sido tan
aplastante como para verla como un descalabro. De hecho, la líder de RN no ha
dudado en calificar su notable resultado electoral de “brillante victoria” y ha
avanzado que va a seguir dando la batalla al frente de su partido, para
enardecimiento de sus seguidores.
Macron ha
ganado. Pero el panorama que se le abre ahora no puede ser más difícil. Francia
está fuertemente dividida y radicalizada, los problemas se le agolpan en el
horizonte y su propia posición ha salido debilitada. Macron no ha suscitado una
gran adhesión y la movilización del voto útil para frenar a la extrema derecha
ha sido suficiente para confirmar su reelección, pero no abrumador (la
abstención ha sobrepasado el 28%). El líder de la izquierda radical, Jean-Luc
Mélenchon, lo ha dicho crudamente: “Es el presidente peor elegido de la V
República”. Con menos apoyo.
Macron ha
ganado. Pero no lo tiene todo ganado. Ahora ha de gobernar, y para hacerlo
necesita conseguir una mayoría consistente en la Asamblea Nacional en las
elecciones legislativas del 12 y 19 de junio. El sistema electoral de la V
República, mayoritario y a dos vueltas, otorga una enorme ventaja al partido
ganador y castiga fuertemente a las minorías. Pero en esta ocasión, la
fragmentación del panorama político y la casi desaparición –que ahora deberá
verificarse– de los dos grandes partidos históricos, Los Republicanos y el
Partido Socialista, puede alumbrar un panorama electoral inédito.
En las
elecciones al parlamento del 2017, el partido de Macron, La República en
Marcha, acabó en primer lugar en la primera vuelta con el 28,2% de los votos,
lo que tras la segunda le permitió hacerse con 308 de los 577 escaños en juego
(en cada circunscripción se elige un único diputado). El entonces Frente
Nacional de Le Pen, con el 13,2% se quedó con solamente 8. La Francia Insumisa
de Mélenchon, con el 11%, obtuvo 17 escaños. El desequilibrio es evidente. Pero
no tiene por qué ser idéntico ahora.
Marine Le
Pen y Jean-Luc Mélenchon –que en la primera vuelta de las presidenciales
lograron cada uno más del 20% de los votos– lanzaron anoche mismo la campaña de
las elecciones legislativas, que presentan como la “tercera vuelta” de las
presidenciales. Y todo indica que lo van a ser más que nunca.
“La partida no ha terminado”, ha dicho la líder del RN, que cuenta con arrastrar los votos radicales del xenófobo Éric Zemmour (a quien le ha faltado tiempo para llamar a la unidad). El líder de la izquierda radical buscará, por su parte, hacerse con el maltrecho electorado socialista. La apuesta de ambos es ambiciosa: conseguir una victoria electoral que les permita hacerse con el Gobierno y ser designado primer ministro, imponiendo una nueva cohabitación en la cúpula del Estado. Es extremadamente difícil. Más factible es dejar a Macron con una mayoría insuficiente… El tercer asalto acaba de empezar.
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