@Lluis_Uria
Donald Trump es culpable de sedición. Como mínimo. Su grave responsabilidad en la instigación del asalto al Capitolio le valdría en España, por lo bajo, 13 años de cárcel, atendiendo a la línea del Tribunal Supremo. Está por ver qué pensará la justicia norteamericana. Pero Trump no es el único culpable, no está solo. Su fallido golpe de mano del Día de Reyes contra los representantes de la soberanía popular –con el objetivo de abortar la oficialización de Joe Biden como nuevo presidente de Estados Unidos– contaba con numerosos cómplices dentro mismo del Congreso.
Es
el fruto de la degeneración de una buena parte del partido republicano, que en
estos años ha sido modelado por Trump a su imagen y semejanza, hasta
convertirlo en un grupo de hooligans de extrema derecha con inclinaciones
autoritarias.
Minutos
antes de que las hordas trumpistas asaltaran el Capitolio, el líder de la
mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, intervino para rechazar las
objeciones presentadas por un grupo de sus correligionarios contra los
resultados en varios estados en los que Biden fue dado ganador. “Los votantes,
los tribunales, los estados, han hablado. Si anulamos (el resultado del voto),
dañaremos nuestra república para siempre”, advirtió.
¡A
buenas horas! Porque McConnell, un cínico que ha convertido la Cámara Alta en
una trinchera sectaria, estuvo hasta el último momento alimentando con medias
palabras las mentiras de Trump de que la victoria del candidato demócrata se
debió a un pucherazo masivo.
McConnell,
de 78 años, es un gato viejo, dispuesto a cambiar de chaqueta cuando haga
falta. Pero es también un político prácticamente amortizado, después de que la
victoria demócrata en las elecciones senatoriales parciales de Georgia haya arrebatado
a los republicanos el control de la Cámara alta.
El
hombre al que hay que prestar atención es Ted Cruz, el senador de Texas que ha
liderado desde el Congreso la contestación a los resultados electorales y ha
orquestado las maniobras que buscaban obstaculizar la certificación oficial de
la victoria de Biden y deslegitimar su presidencia alimentando las acusaciones
de fraude.
Cruz
es el cabecilla de un nutrido grupo de republicanos dispuestos a seguir la
estrategia destructora de Trump sin miramientos. En la madrugada de ayer, una
vez desalojado el Capitolio y devuelta la tranquilidad a las calles de
Washington, la Cámara de Representantes y el Senado votaron la validación de
Biden y rechazaron las objeciones a los resultados de Arizona y Pensilvania.
Pero la contestación no fue menor. Algunos congresistas cambiaron su voto a la
vista de la gravedad de la situación. Pero 145 republicanos (138 representantes
y 7 senadores) se encastillaron en la denuncia del supuesto fraude. ¡Nada menos
que 145! El Great Old Party está gangrenado hasta el tuétano.
La
trayectoria de Ted Cruz –ex candidato a las elecciones presidenciales en las
primarias del 2016, en las que se enfrentó a Trump– es ilustrativa de la deriva
del partido republicano. Nacido hace 50 años en Canadá, de padre cubano y madre
estadounidense, el senador de Texas ha estado siempre situado en el ala más
derechista de la formación. Anti aborto, anti matrimonio homosexual, pro armas,
furibundo anti Obama… es un jurista reconocido que participó en la acusación
contra Bill Clinton por el caso Lewinsky en 1998 y en el equipo de George W.
Bush que disputó en el Supremo los polémicos resultados electorales en Florida
que hurtaron la presidencia a Al Gore en el 2000.
En
el 2016 fue uno de los aspirantes republicanos que más guerra dio a Donald
Trump en la disputa por la nominación como candidato a la Casa Blanca. De
hecho, ganó en nueve estados y fue el segundo en la obtención de delegados para
la convención republicana.
Cruz,
que pasaba por ser un conservador serio frente a un candidato tarambana, tuvo
gruesos cruces de insultos con el futuro presidente. Mientras Trump le llamaba
“Ted el mentiroso” o “pequeño bebé”, sugería que su progenitor tuvo algo que
ver con el asesinato de Kennedy (“Su padre estuvo con Lee Harvey Oswald antes
de que le disparara”) y le amenazaba con hablar sobre su esposa, Cruz le
respondía llamándole “cobarde llorón”, “mentiroso patológico”, “hombre
completamente amoral” y “un narcisista a un nivel que no creo que este país
haya visto nunca”.
Cuatro
años después, Ted Cruz es el más
trumpista entre los trumpistas. Su transmutación ha sido la del partido
republicano, abocado ahora a una guerra entre sus dos almas. Ayer, tras la
accidentada sesión del Congreso, Cruz defendió haber “hecho lo correcto”. Toda
una declaración de intenciones.
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