lunes, 3 de junio de 2019

La banda del 8%


¡Al centro, por Dios, al centro! Los analistas más preclaros gritaban desaforadamente desde la banda –cual frustrados entrenadores– al entonces líder de la derecha francesa, Nicolas Sarkozy, para que frenara su deriva derechista. Era el año 2102 y el presidente de la República, enfrentado al reto de la reelección, no hizo el menor caso. “Una elección se gana en el centro. Por eso François Hollande (socialista) va a ganar, porque está en el centro”. Lo vaticinó, no sin pesadumbre, el politólogo Dominique Reynié, director de la Fundación para la Renovación Política –uno de los think tanks de referencia de la derecha francesa, entonces y ahora–, que observaba con impotencia cómo Sarkozy se echaba al monte siguiendo el rastro del Frente Nacional de Marine Le Pen, aconsejado por un oscuro personaje procedente de la ultraderecha llamado Patrick Buisson. Lo mismo que Donald Trump y Steve Bannon, pero con cuatro años de adelanto. Como es sabido, Sarkozy fracasó, se convirtió en el segundo presidente de la V República en no ser reelegido –después de Valéry Giscard d’Estaing– y entregó el Elíseo a un François Hollande por quien un año antes nadie daba un duro. Tampoco después, por otra parte...

Nadie aprendió la lección. Tras varios años de desconcierto y guerras internas, dando tumbos sin demasiado sentido, la derecha francesa se reencarnó en un nuevo partido, Los Republicanos (LR), liderado desde el 2017 por un joven dirigente, Laurent Wauquiez, que creyó descubrir  que el camino de la salvación era seguir trotando ideológicamente detrás de la extrema derecha. Por el camino, muchos se marcharon. El resultado, si malo fue en el 2012, en el 2019 ha resultado catastrófico: en las elecciones europeas del domingo el peso de la derecha francesa quedó reducido al 8,5%. Lo nunca visto.

No se trata en absoluto de una excepcionalidad francesa. Sólo hay que mirar lo que ha pasado en otros dos grandes países europeos para comprobar que cuando la derecha tradicional se apunta a las recetas de la extrema derecha –nacionalismo, xenofobia, euroescepticismo– acaba devorada por el monstruo que se ha dedicado a alimentar. Convertida en una fuerza superflua. En el Reino Unido, los conservadores –que al calor del Brexit se han apuntado a los argumentos políticos de los extremistas– obtuvieron en las elecciones europeas el 8,7%. Y en Italia, el incombustible Silvio Berlusconi, aliado hace un año con la Liga, se ha quedado reducido también a un 8,8%. La derecha europea parece víctima de una pulsión suicida incontrolable.

 Es ya un axioma que, ante dos ofertas políticas similares, los votantes se decantan preferentemente por la auténtica, la original, y desechan la copia. Al alinearse con las tesis de los ultras para tratar de evitar la sangría de votos por su flanco derecho, los grandes partidos conservadores del continente lo que han hecho ha sido agravar la hemorragia y, al desertar el centro, han dejado el terreno abierto y expedito a sus adversarios.

En Francia, el discurso radical de Los Republicanos de Wauquiez ha reforzado y dado credibilidad democrática al refundado Reagrupamiento Nacional de Le Pen, que ha vuelto a ganar en unas europeas (23,3%). Mientras, el presidente Emmanuel Macron, al frente de un artefacto político híbrido –liberal y vagamente socialdemócrata–, ha quedado segundo, a pocas décimas (22,4%), consolidando su partido como única alternativa a la extrema derecha. La República en Marcha (LREM), que se ha enseñoreado del centro,  se ha hecho con buena parte del electorado moderado de derechas, que se había quedado huérfano: según un estudio postelectoral, Macron se ha apoderado de una cuarta parte larga de los electores que en las presidenciales el 2017 votaron por François Fillon. Y si no ha ganado al RN es porque, por el camino, ha perdido una parte de sus apoyos originales de la izquierda socialista –que han engrosado sobre todo a los Verdes, convertidos en tercera fuerza–.

En el Reino Unido, la incompetente gestión del Brexit por Theresa May y la deriva eurófoba de los tories –que aún podrían empeorar su situación encomendando su salud a los más radicales y cínicos, tipo Boris Johnson– ha sustentado el apoyo a un personaje tan inquietante como Nigel Farage  y su Partido del Brexit (31,7%), mientras ha dejado campo libre a los liberal-demócratas (segundo partido con el 18,5%) para ocupar el espacio del centro europeísta, que los desorientados laboristas también han abandonado.
La Forza Italia del ex primer ministro Berlusconi ha corrido una suerte parecida, después de haberse aliado con los liguistas en el 2018. Matteo Salvini, cuyo partido se llevó el domingo el 34,3% de los votos, no sólo ha reducido a la derecha a la mínima expresión sino que, de paso, ha jibarizado a su extraño socio de gobierno, el populista Movimiento 5 Estrellas de Luigi di Maio. Pero la naturaleza tiene horror al vacío. Y el vacío del centro ha permitido la incipiente recuperación del Partido Demócrata (22,7%)

Si no se ha producido un proceso similar en Alemania, donde la CDU resiste como primer partido pese a haber perdido bastante respaldo, es porque Angela Merkel ha marcado severas distancias con los ultras de Alternativa para Alemania (veremos qué pasa si, como parece predicar su sucesora, Annegret Kramp-Karrenbauer, los democristianos empiezan a girar hacia la derecha).  Y si en España tampoco se ha verificado la misma tendencia –el PP se mantiene como la primera fuerza de la derecha, pese a la derrota en generales y europeas– es porque la política de acercamiento a Vox impulsada por Pablo Casado es todavía muy tierna. Pero si sigue así, acabará indefectiblemente integrando la banda del 8%. Tan sólo es cuestión de tiempo. Y a tenor del CIS,  que ya atribuye ahora al PP una escuálida intención de voto del 11,4%, de no mucho tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario