Un
fuerte temblor sacudió el 22 de noviembre, al filo de las 6 de la mañana, las
costas de Japón. El epicentro del seísmo, de una magnitud de 7,4 en la escala
de Richter, se localizó frente a Fukushima, evocando entre los japoneses el
sombrío recuerdo del terremoto del 2011 y el desastre nuclear que le siguió,
cuando el tsunami posterior anegó la central de Fukushima Daiichi.
A
diferencia de la tragedia de hace cinco años y medio, en que murieron 18.000
personas, esta vez no hubo grandes daños y el tsunami apenas levantó olas de 1,5 metros , adentrándose por el río Sunaoshi. Pero puso
de nuevo sobre la mesa la cuestión de la seguridad de las centrales nucleares,
que el Gobierno del primer ministro Shinzo Abe pretende reabrir paulatinamente
pese al rechazo de la población.
En
la zona de Fukushima, la radiactividad ha descendido notablemente desde el
accidente de marzo del 2011. Todavía permanecen fuera de sus hogares 57.000
personas, pero la orden de evacuación ha sido levantada ya total o parcialmente
en cinco municipios, y poco a poco se han ido autorizando estancias temporales
–sin pasar la noche– en otra media docena. Aún y así, poca gente ha regresado a
sus casas. En la localidad de Tamura, la primera en ser reabierta –en abril del
2014–, por ejemplo, ha vuelto el 64% de la población original, pero en Nahara
–reabierta en septiembre del 2015– no pasa del 9%... El miedo atenaza.
El
temor se ha enquistado en la sociedad japonesa, que mayoritariamente –57%
contra 29%, según un sondeo reciente del Asahi Shimbun– rechaza la reapertura
de las centrales nucleares decidida por el Gobierno, que no consigue convencer
a la opinión pública de la conveniencia de su opción.
Tras
cuatro años de parón nuclear, consecuencia del accidente de Fukushima, el
Ejecutivo nipón decidió en julio del 2015 impulsar la reapertura progresiva de
la mayor parte de las centrales nucleares del país de acuerdo con unas nuevas
normas, mucho más estrictas en materia de seguridad y prevención de catástrofes.
De los 50 reactores en funcionamiento en el momento del desastre de Fukushima,
han reabierto ya cinco –en el caso de la central de Takahama, se ha impugnado
ante la justicia–, y otros 21 se encuentran en fase de examen por la nueva
autoridad nuclear, mientras que una quincena –los más antiguos– probablemente
no volverán ya a funcionar. Si la producción de electricidad de origen nuclear
representaba en el 2011 el 30% del total, el objetivo gubernamental es situarla
en torno al 20%-22% en el horizonte del año 2030.
“El
parón de las centrales nucleares comportó un aumento del precio de la energía
eléctrica –del 20% para los hogares y del 30% para las industrias– y un
incremento notable de la emisión de CO2 a la atmósfera por el uso de energías
fósiles, además de reducir al mínimo la autosuficiencia energética. Si queremos
corregir esto, y cumplir nuestros compromisos internacionales, la energía
nuclear debe ser una fuente importante de producción de electricidad”, sostiene
Masashi Hoshino, subdirector de la división internacional de la Agencia de
Recursos Naturales y Energía.
Los
argumentos parecen imbatibles pero, cuando se pone en el otro platillo de la
balanza la seguridad nuclear, los japoneses –a la vista de las graves
deficiencias que el desastre de Fukushima puso dramáticamente de manifiesto–
son reacios a dejarse seducir. Ni aún cuando les prometan una sustancial rebaja
de la factura de la luz.
No
se trata únicamente de sondeos. En las últimas ocasiones en que los ciudadanos
han tenido oportunidad de expresar su opinión mediante el voto han enviado un
serio correctivo al primer ministro y al Partido Liberal Democrático (PLD). Así
ha sucedido este año en sendas elecciones a gobernador en las prefecturas de
Kagoshima –el 10 de julio– y de Niigata –el 16 de octubre–, donde dos
candidatos antinucleares, el excomentarista de televisión Satoshi Mitazono y el
abogado Ryuichi Yoneyama, se impusieron a los gobernadores salientes,
respaldados por el Gobierno. En Kagoshima está la primera central nuclear que
se reabrió tras el terremoto del 2011, la de Sendai –con dos reactores en
marcha–, y Niigata cuenta con la mayor central nuclear de todo Japón, la de
Kashiwazaki Kariwa, donde está programado poner de nuevo en funcionamiento de
entrada dos de sus siete reactores.
La
cuestión nuclear, más aún que los frutos de la política económica –Abenomics–,
podría acabar situándose en el centro del debate político en Japón y poner en
aprietos a Shinzo Abe. Así al menos lo piensa el ex primer ministro conservador
Junichiro Koizumi, convertido al activismo antinuclear: “No es posible que un
partido ignore los deseos de los ciudadanos y pueda mantenerse en el poder”.
Fukushima,
en busca de un nuevo futuro
Fukushima
aspira a evocar, algún día, algo más que uno de los más graves accidentes
nucleares de la historia: el Gobierno japonés quiere proponer aquí un nuevo
modelo de producción de hidrógeno para almacenar los excedentes de energía que
generan las fuentes renovables. “La tecnología Power to Gas (P2G) permitirá almacenar
energía en forma de hidrógeno a largo plazo”, subraya Hiroshi Katayama,
subdirector de Energías Avanzadas de la Agencia de Recursos Naturales y
Energía. Antes, sin embargo, habrá que concluir el proceso de descontaminación
y desmantelamiento de la central nuclear de Fukushima Daiichi, tarea en la que
trabajan actualmente 6.000 personas y
cuyo coste –incluidas las indemnizaciones a los afectados– ha sido reevaluado a
170.000 millones de euros, el doble de lo previsto. La recuperación y retirada
de los restos de combustible de los reactores debería culminar en el 2021,
mientras que el completo desmantelamiento de la central requerirá entre 20 y 30
años más.
Los
trabajos se acometen básicamente en dos frentes. El primero atañe al
combustible aún presente en tres de los
cuatro reactores –el de la unidad 4,
donde no hubo fusión del núcleo, fue retirado en el 2014– y las tareas se
centran en localizar su situación exacta
en el interior. “Este trabajo se realiza mediante robots porque es imposible
entrar”, explica Satoshi Kawabe, vicedirector de la Oficina de Respuesta a un
Accidente Nuclear. El otro frente atañe a la contaminación del agua. Por un
lado, se pretende evitar que prosiga la contaminación de las aguas subterráneas
bombeando en las capas freáticas antes de su llegada a la zona de los reactores y construyendo una pared de hielo. Con el mismo objetivo, se ha levantado un muro de acero
frente al mar. Por otro lado, las aguas contaminadas –una vez eliminados los
materiales radioactivos excepto el tritio– se confinan en depósitos.
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