domingo, 12 de noviembre de 2023

La soledad de Occidente


A última hora del martes 17 de octubre Joe Biden subió al Air Force One y puso rumbo hacia Israel, con el objetivo de tratar de contener los efectos de la guerra de Gaza y evitar su propagación a toda la región. En el mismo momento de subir por la escalerilla del avión ya sabía que su viaje, políticamente arriesgado, iba a ser un fracaso. Poco antes de partir, el rey de Jordania, Abdalah II, había cancelado la cumbre que al día siguiente debía reunirle con el presidente de Estados Unidos y los líderes de Egipto, Abdul Fatah al Sisi, y la Autoridad Palestina, Mahmud Abas, para abordar la crisis de Gaza. Abortada la cumbre, el viaje de Biden tenía un único destino: Tel Aviv.

La anulación del encuentro fue justificada por el monarca jordano por el bombardeo del hospital Al Ahli de Gaza, del que se acusó a Israel y en el que supuestamente murieron cientos de personas. En el fondo, poco importa el motivo. El desaire diplomático fue mayúsculo. El portazo puso en evidencia la falta de autoridad de Washington, cuya hegemonía es cada vez más contestada, y arruinó definitivamente el intento de Biden de mostrar un aparente equilibrio en el conflicto.

Durante las siete horas que pasó en Tierra Santa, Biden expresó su solidaridad con el pueblo judío por el ataque terrorista de Hamas y reiteró el firme compromiso de EE.UU. con la seguridad de Israel. Y todo lo más que pudo arrancar del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, fue la creación de corredores humanitarios para facilitar la evacuación hacia el sur de la población civil palestina que huía de los bombardeos en el norte de Gaza y abrir la vía a la ayuda humanitaria.

Biden instó a su interlocutor a no dejarse llevar por la rabia y a aprender de los errores de EE.UU. tras los atentados del 11-S del 2001 (recordémoslo: la guerra lanzada como represalia contra el régimen de los talibanes en Afganistán duró veinte años, causó decenas de miles de muertos y acabó con la retirada norteamericana y el retorno de los islamistas al poder como si nada hubiera pasado). Pero estaba claro que no le iba a escuchar. Israel ha decidido lanzar una invasión militar de Gaza que tiene todos los visos de acabar enfangada en el mismo lodazal de Afganistán, y de nada están sirviendo las advertencias de casi todos los analistas.

El alineamiento de EE.UU. y Europa con Israel –con todos los matices que se hayan introducido en Washington y Bruselas sobre el respeto a los civiles– ha suscitado la incomprensión y el rechazo de los países árabes, que acusan a EE.UU. y sus aliados de tratar a israelíes y palestinos con un doble rasero. Y ha abierto una nueva grieta en la fractura que separa a los países occidentales del resto del mundo y, particularmente, del llamado Sur Global. El mundo no ha seguido a los occidentales en su enfrentamiento con la Rusia de Vladímir Putin por la invasión de Ucrania (¿acaso no hicieron lo mismo los estadounidenses en Irak en el 2003?) ni en el pulso económico y diplomático que mantienen con la China de Xi Jinping. Tampoco lo van a hacer ahora en defensa de Israel.

El sentimiento antifrancés que se ha ido extendiendo últimamente en algunos países de África central y occidental se ha analizado preferentemente como una consecuencia de la política neocolonialista de Francia, pero quizá responda también a un mismo contexto global. Occidente está solo. Más solo que la una. Y quizá debería preguntarse por qué.

Una palabra ha empezado a ser de uso común entre los especialistas para explicar esta desafección: resentimiento. El politólogo francés Michel Duclos lo atribuye a la arbitrariedad occidental a la hora de decidir quién, y en qué circunstancias, tiene derecho a recurrir a la fuerza en las relaciones internacionales. La ley del embudo...

Para Mark Suzman, CEO de la Fundación Bill y Melinda Gates, este resentimiento tiene sus raíces en el incumplimiento por parte de los países desarrollados de sus compromisos respecto a la distribución mundial de las vacunas contra la covid, así como en las ayudas para mitigar los efectos del cambio climático. En un artículo publicado en Foreign Affairs a principios de septiembre, Suzman citaba una declaración del presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, en la cumbre New Global Financing Pact celebrada en París en junio pasado: “Los países del hemisferio Norte las estaban acaparando (las vacunas) y no quisieron liberarlas en el momento en que más las necesitábamos. Eso generó decepción y resentimiento en nosotros, porque sentimos como si la vida en el hemisferio Norte fuera mucho más importante que la vida en el Sur Global”.

Mientras las bombas israelíes caen sobre Gaza, Rusia y China tratan de obtener el máximo beneficio de la nueva situación, que debilita la posición norteamericana en el mundo. A Putin en particular, la crisis le ofrece un inesperado respiro: la guerra de Ucrania prácticamente ha desaparecido del radar mediático y político.

En todo caso, lo que el ex primer ministro francés Dominique de Villepin llama “occidentalismo”  –esto es, la idea de que  Occidente es el que marca la pauta y los demás siguen– puede darse por caduco.

 

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