lunes, 5 de septiembre de 2022

El sometimiento de Europa


@Lluis_Uria

Probablemente nunca se sabrá a ciencia cierta quién ordenó el atentado que la noche del sábado 20 de agosto acabó con la vida de Daria Duguina, de 29 años, comentarista rusa de televisión de extrema derecha, en las afueras de Moscú. El Servicio Federal de Seguridad (FSB), antiguo KGB, identificó con inusitada celeridad a una presunta agente de los servicios secretos ucranianos, Natalya Vovk –huida aparentemente a Estonia–, como la persona que accionó a distancia el artefacto explosivo que hizo saltar por los aires el Toyota Land Cruiser que conducía la víctima.

¿Se trata de un episodio colateral de la guerra de Ucrania? Puede ser. ¿Una guerra interna en las cloacas del régimen? Quién sabe. La historia reciente de Rusia está plagada de atentados cuyos autores materiales han sido detenidos, juzgados y condenados, pero cuya autoría intelectual nunca ha sido esclarecida.

En todo caso, quien decidió el atentado conocía perfectamente la identidad de su objetivo y su significado. No exactamente Daria Duguina, sino su padre, Alexánder Duguin, de 60 años, con quien compartía causa e ideario (ambos estaban en la lista de sancionados de la Unión Europea). Propietario del vehículo en cuyo interior presumiblemente debería haber estado esa noche, Duguin decidió en el último momento regresar  en otro coche a Moscú tras participar con su hija en un festival nacionalista montado  por organizaciones de extrema derecha en apoyo de la invasión de Ucrania.

Sin ser un prohombre del régimen, Duguin es sin embargo –ha sido desde los años noventa– uno de los ideólogos más influyentes entre la clase política y militar rusa. Profeta del nuevo imperialismo ruso postsoviético, Duguin aúna una visión ultranacionalista  –no exenta de supremacismo– con una concepción ultraconservadora en la que la iglesia ortodoxa se erige en la columna vertebral de la esencia rusa. Adalid del nuevo fascismo ruso, presenta  la democracia liberal occidental como la encarnación del mal y una amenaza existencial para la civilización eslava.

Tras militar a finales de los años 80 en la organización ultranacionalista  antisemita Pamyat (memoria), Duguin fue uno de los fundadores del Partido Nacional Bolchevique, nazbol, que copiaba descaradamente la simbología nazi sustituyendo la cruz gamada por la hoz y el martillo. Tras abandonar esta formación, el 2002 fundó el movimiento Eurasia, que sueña con la construcción de un vasto imperio plurinacional, “de Dublín a Vladivostok”, bajo hegemonía rusa. Un polo alternativo y enfrentado a EE.UU. y el mundo anglosajón.

Sus ideas las desarrolló en la que es su obra capital: Fundamentos de geopolítica, de 1997. “Probablemente no ha habido otro libro publicado en Rusia en el periodo poscomunista que haya ejercido una influencia comparable entre militares, policías y las élites de la política exterior estatal”, subrayaba el politólogo John B. Dunlop en un artículo para el Europe Center de la universidad de Stanford.

Para alcanzar sus objetivos, Duguin no plantea desencadenar necesariamente guerras de conquista –aunque luego ha aplaudido la invasión de Ucrania–, sino utilizar otros métodos: desde desestabilizar al enemigo a través de campañas de subversión y desinformación llevadas a cabo por los servicios secretos –“cualquier forma de inestabilidad y separatismo”– hasta utilizar los recursos energéticos rusos –gas y petróleo– para comprar aliados y extorsionar a adversarios.

En sus delirios expansionistas, Duguin plantea como gran objetivo estratégico atraerse a Alemania y sumarla a sus planes, ofreciéndole de entrada la devolución del enclave de Kaliningrado (la antigua Königsberg prusiana) y, sobre todo, proponiéndole repartirse el continente en dos esferas de influencia. ¡El pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 a la enésima potencia!

Bajo el dominio de Berlín –se supone que secundado necesariamente por París– quedaría prácticamente toda la Europa central y occidental (“la mayor parte de los países protestantes y católicos”, explicita), incluida Estonia y con la excepción de Finlandia, país que considera dentro de la esfera rusa y que, de hecho, estuvo durante largo tiempo bajo su tutela. Los otros dos países bálticos, Letonia y Lituania, así como Polonia, tendrían un “estatus especial”. Sólo el Reino Unido, entregado a Estados Unidos, quedaría al margen...

Bajo el dominio ruso deberían quedar según Duguin los antiguos países que integraron la URSS –cuyos estados considera “construcciones políticas efímeras”– y en especial Ucrania, país que a su juicio no tiene razón de existir y cuya independencia representa un “peligro enorme” para su proyecto. Pero no acaba aquí. Bajo la órbita rusa deberían acabar cayendo también los Balcanes ortodoxos, con Serbia como pivote central: Rumanía, Bulgaria, Montenegro, la parte serbia de Bosnia, Macedonia y Grecia (muchos de ellos integrados hoy en la UE y la OTAN)

Claro que todo esto no sería más que un arreglo temporal, puesto que el verdadero y último objetivo de Rusia debería ser, según el líder intelectual del nuevo eurasianismo, quedarse con todo: “La tarea máxima es la finlandización de toda Europa”. Esto es, su sometimiento.

Parecen los desvaríos de un perturbado, las ensoñaciones mesiánicas de un loco. Pero no habla en el vacío. Duguin no es un hombre del Kremlin, ni mucho menos el oráculo de Vladímir Putin como se le ha querido presentar. Pero el presidente ruso parece compartir en gran medida su visión geopolítica. Y aplica algunas de sus recetas casi al pie de la letra.


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