sábado, 2 de octubre de 2021

El hombre de Cromañón y el Elíseo


@Lluis_Uria

"La feminización del hombre es una catástrofe. Hay que recuperar la virilidad. Por negarla, estamos creando generaciones de impotentes y de homosexuales, y se están masificando los divorcios”. La primera vez que oí hablar a Éric Zemmour fue en el otoño del 2006. Acababa de publicar su libro El primer sexo, un panfleto antifeminista y provocador –una suerte de respuesta dilatada en el tiempo al segundo sexo de Simone de Beauvoir–, en el que defendía la figura tradicional masculina, el hombre fuerte y viril. En plena promoción, su voz y su imagen se multiplicaban por radio y televisión.

Hasta ese momento, Zemmour era un periodista político puro. Cronista del diario conservador Le Figaro, había escrito un par de libros sin gran eco sobre dos figuras políticas de la derecha francesa, Jacques Chirac y Édouard Balladur, y poco más. La publicación de El primer sexo fue su destape. Quince años después, convertido ya en un auténtico monstruo mediático, Éric Zemmour se ha erigido en el estandarte de la ultraderecha más radical y amenaza con hacer saltar el tablero político presentándose como candidato al Elíseo en las elecciones presidenciales del año que viene. Un sondeo de Harris Interactive le da una expectativa de voto, aún sin haberse lanzado a la arena, del 11%.

Pequeño, delgado, de orejas grandes y nariz afilada –una imagen un tanto alejada del prototipo de una estrella catódica–, el Zemmour del año 2006 irradiaba ya sin embargo en la pantalla las cualidades que le habrían de lanzar al firmamento televisivo. Inteligente, culto, brillante, incisivo, irónico, provocador, el periodista se reveló un orador y un polemista de talla. Zemmour entró a partir de entonces en el carrusel de las tertulias y su cotización acabó subiendo como la espuma. Su último programa en antena –ahora temporalmente suspendido por condicionantes electorales–, en CNews, congregaba a 900.000 telespectadores diarios.

Declaradamente “reaccionario” –como él mismo se ha definido, asimilándolo a ser antisistema–, Zemmour ha ido construyendo con los años un discurso radical contra la inmigración extranjera y el islam de una manera que la ultraderecha tradicional hace tiempo que ha abandonado en su afán de hacerse presentable.

Para Zemmour, más xenófobo que racista, la única manera posible de ser francés es a través de la asimilación, la asunción total y absoluta de los valores y referentes culturales de los franceses de souche (de pura cepa) Nacido en el seno de una familia judía procedente de Argelia, él mismo se ha aplicado la receta. Y exhibe con fiereza la fe del converso: “El racista jerarquiza a los individuos en función de su raza; el francés piensa que cualquier extranjero, sean cuales sean su origen, su raza o su religión, puede acceder al nirvana de la civilización francesa. Actitud una pizca arrogante, xenófoba incluso, pero en ningún caso racista”.

Éric Zemmour es uno de los grandes publicistas de la tesis conspiracionista  del “gran reemplazo”, según la cual habría en marcha una gran operación para sustituir a la población blanca europea –a través de la inmigración masiva y el crecimiento demográfico– por población árabe y africana de confesión islámica. “El hijab y la chilaba son los uniformes de un ejército de ocupación”, dice. Para combatir esta “guerra de exterminio del hombre blanco heterosexual católico”, ha llegado a proponer la “reemigración” de cinco millones de musulmanes residentes o nacidos en Francia hacia sus países de origen –propios o de sus ancestros–, algo muy parecido a la deportación (palabra que evitó pronunciar, librándose así de una condena judicial) Mientras tanto, defiende prohibir que se ponga a los niños nombres de pila extranjeros, como Mohamed o Ali.

Sus diatribas le han valido numerosas denuncias y, hasta el momento, dos condenas: en el 2011 por incitación a la discriminación racial –por haber dicho que “la mayor parte de los traficantes son negros y árabes”– y otra en el 2018 por incitación al odio contra los musulmanes –a quienes atribuyó simpatía por los yihadistas–.

Zemmour se ha lanzado ahora a una amplia campaña de promoción por todo el país de su último libro, Francia no ha dicho su última palabra (esta vez autoeditado, después de que su editorial, Albin Michel, le haya dado la espalda), que más parece un manifiesto electoral que otra cosa. El periodista mantiene la ambigüedad sobre su candidatura, aunque hay una plataforma –la asociación Amigos de Éric Zemmour– que ya va preparando el terreno y buscando los 500 padrinazgos (de cargos electos) que necesita para presentarse. Sus pasos son tan descarados que el Consejo Superior Audiovisual obligó a las televisiones a incluirlo en la contabilidad de espacios electorales (razón por la que CNews  suspendió su programa)

Zemmour ha logrado atraerse a disidentes radicales del Reagrupamiento (antiguo Frente) Nacional de Marine Le Pen, disgustados con el giro republicano del partido y es la líder ultraderechista a la que su eventual candidatura puede hacer más daño, restándole fuerza en su duelo con Emmanuel Macron. Aunque –y eso es lo más preocupante– las expectativas de voto de ambos sumarían hasta un 30%...

En sus filípicas antifeministas de quince años atrás, Zemmour defendía el principio de que el hombre es “un ser primario”. “El hombre nunca ha dejado de ser un hombre de Cromañón”, decía. Y lo que hoy busca con descaro, con sus discursos agresivos y fórmulas populistas, es seducir a los espíritus primitivos excitando sus instintos tribales más rudimentarios.


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